NOVIEMBRE
Empieza el mes de noviembre, mojado, frío. Gélido por fuera, cálido por dentro. La cercanía con diciembre lo torna colorido, a pesar del predominio del gris. En un acto de magia inversa, el mes que no ha llegado contagia de alegría a noviembre.
Se viven los días con la expectativa de diciembre. Los comerciantes, psicólogos expertos, adornan las vitrinas y dejamos de vivir el presente por la expectativa de lo que va a llegar. Es una droga cuya virtud consiste en hacernos vivir en modo de anhelo.
Triste condición la de noviembre, pues carece de personalidad propia. A diferencia de junio, que reclama su trono como el mes de las vacaciones de medio año. Y si el cambio climático lo permite, sus días están llenos de sol y de viajes.
Yo entiendo: ante la dureza de la realidad que se torna agobiante, una dosis de esperanza nos anima a continuar la dura brega. Noviembre no tiene la culpa. Su misión consiste en dotar de combustible una máquina que no descansa. Igual que el atleta que gasta sus últimos cartuchos con la esperanza de alcanzar la meta. Ese deseo por la llegada del rey de los meses convierte a noviembre en imagen especular dotada de esperanza.
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