Solíamos hacer colas para ingresar a un teatro, un restaurante, una oficina, un estadio. Hoy, el panorama añade las colas para vacunarse contra el COVID-19. Incluso, se han dispuesto lugares para vacunar a las personas en sus vehículos. Por supuesto, la motivación tiene que ver, ni mas ni menos que con la búsqueda de protección contra un mal que no respeta edad, sexo ni condición social ni geográfica.
Alguna vez leí que en Cuba, con tantas limitaciones económicas, las parejas asisten a los pocos moteles de La Habana y cuando llega una pareja pregunta: ¿quién va último? y alguien levanta la mano, así que la pareja se sienta por allí, a esperar su turno. En este caso, la espera contiene una dosis de ansiedad gozosa, cuyo premio significa el paso a la habitación acalorada por el sol de La Habana y el deseo de los amantes.
Allá por los años 70 del siglo pasado, en una sociedad pacata como la nuestra, una película porno se robó el interés de muchos: "Cuando las colegialas pecan". Filas largas de personas con los rostros volteados hacia las paredes, mirando hacia las vitrinas, simulando estar por ahí, esperaban el momento de ingresar a la sala de cine y sorprenderse, excitarse y disfrutar de las escenas calientes de actores porno suecos.
Las colas o filas han formado parte de las rutinas sociales, tan inevitables y pesadas que solo caben la paciencia y la rabia interna. Esas filas desde la madrugada para lograr un turno, tan comunes en una época en Colombia, que daban pie al ingenio y el rebusque de algunos madrugadores de oficio, vendedores de turnos en complicidad con funcionarios deshonestos.
Hoy, luego de cuarentenas, cierres, restricciones horarias y toques de queda, de nuevo vemos largas colas que ocupan aceras enteras para retomar el gusto por algún espectáculo, comida, evento cultural y deportivo. Sospecho que hay placer en la espera, cierta sensación de venganza ante las prohibiciones. Volver a vivir los encuentros gozosos al calor de un buen plato, una bebida espirituosa, un espectáculo, con el cerebro cómplice que nos hace sentirnos seguros.
Desde aquí, desde este espacio virtual, invoco a los dioses del Olimpo a desterrar mal tan devastador y antisocial: que los virus pierdan la cabeza por los agujeros negros y nos dejen en paz a los mortales. Eso espero. Mientras tanto, me ajusto el tapabocas y miro por la ventana transcurrir los días, solitario, deshojando una margarita y repitiendo: con Covid, sin covid, con covid...
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