A lo largo de 15 años, el coronel esperó el mensaje que le avisaría sobre la asignación de su pensión. Con resignación y ansiedad contenida, aguardó la carta que nunca llegó. ¿Qué conjeturas haría en la madrugada, qué pesadillas atravesaron sus noches, qué angustias se contuvieron en la garganta, qué rabias brotaron impúdicas en medio de la cena frugal? en el fondo, la esperanza de un mendrugo que alivie la espera.
Así es, me parece, la vida. Mas allá de las pretensiones de paraísos terrenos o celestiales, la cotidianidad está colmada de alegrías y penas. Ahora o en el 1100, la codicia y la violencia han conducido una parte de los sueños de los seres humanos. La bondad y la solidaridad, la esperanza, el sacrificio y la rebeldía, la otra parte.
¿Cómo, entonces, navegar en este mar agitado, cómo sobreponerse al desencanto y las amarguras que nos dejan la maldad de los malos y la pasividad de los buenos? Antonio Muñoz Molina escribe en su reseña del libro de José Ángel González Sainz, "La vida pequeña. El arte de la fuga":
Cuando era muy joven me desconcertaba una frase de Borges que ahora no sé citar de memoria: venía a decir que no hay un solo día de la vida en el que no pasemos al menos unos instantes en el paraíso...A lo largo de los años me he acordado con mucha frecuencia de esas palabras: no ya en esos días, que los hay, en los que uno se siente colmado de felicidad, de pura alegría, sino también en otros más sombríos, atropellados, incluso amargos. Una sensación, un encuentro, una llamada, un descubrimiento, unos minutos de descanso entre dos obligaciones me han ofrecido un paréntesis o una luz de paraíso, y he agradecido la lucidez de fijarme en ellos mientras me sucedían(Antonio Muñoz Molina, buscando níscalos, Babelia).
Níscalos
Estar abierto a las sorpresas que nos ofrece el diario discurrir, quitarle fuerza a la rabia y la decepción y asumir que esta vida, tan repleta de ofensas e injusticias, nos brinda la abundancia de gratitud, generosidad y sacrificio presente en la mayoría de las acciones humanas. Señala Muñoz Molina sobre el libro de José Ángel González:
La vida pequeña propone, desde su título, una actitud inversa, un curarse en salud de las feroces mayúsculas que tanto daño hicieron al mundo en el siglo pasado —y siguen amenazando todavía— mediante el cultivo a conciencia de lo menor, lo concreto, lo próximo, el paraíso de cada momento presente, lo tangible de un bloque de madera que huele todavía a savia y que un artesano convertirá en un valioso objeto cotidiano, la soledad acompañada que no se rinde a las fantasmagorías narcisistas del yo, las metáforas contenidas en la lengua común de todos los días. No sé si a propósito, lo que ha escrito González Sainz es un breviario laico, una defensa de un edén modesto como una huerta en el que el trabajo será tan gustoso como la indolencia y del que no será obligatoria la expulsión. Muchos farsantes proclaman que buscan la Verdad. Es más de fiar quien sale al bosque a buscar níscalos.
Esas manos que en la mañana amasan el maíz para hacer las arepas, el pájaro que se posa en la cuerdas de la luz eléctrica, la mano amorosa que calma el dolor de alguno, la persistencia en el rebusque, el juego espontáneo, el hombro que soporta la tristeza del amigo, la sensación de vacío y asombro al contemplar el cielo estrellado, el bocado que se comparte, las risas desbocadas, la pasión que rompe las normas, el asombro presente en los niños, el libro que nos deja perplejos, la canción que desvela nuestras emociones mas íntimas, una flor que brota espontánea en el camino. Así entiendo la vida pequeña.
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