LA ANSIEDAD
Prueba fehaciente de nuestra condición mortal, angustia perenne frente al vacío, incertidumbre sin pausa, rayo implacable que destroza el equilibrio. Anhelar, ansiar, pretender, verbos sanguijuela, estigmas eternos.
Desde los albores de la humanidad, ha sido la ansiedad el motor de las búsquedas humanas. La noche con sus sonidos aterradores, el cazador y su grupo, refugiados en una cueva, atentos a la presencia amenazante de animales y espíritus malignos. En la penumbra de su habitación, alguien está despierto. Piensa en la fragilidad de sus seguridades, en el trabajo precario, los sueldos bajos, el futuro de la familia. En la madrugada, ladran los perros.
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Al finalizar cada mes, la cantidad de facturas arremete contra la tranquilidad de los hogares. El corazón se agita, las manos sudan ante la amenaza de los cobros. En otra esquina, los hijos revisan con zozobra las redes sociales en busca de los likes aprobadores. Alguien espera, anhelante. Pasan los minutos, el pulso enloquece, el estómago que se tensa y el miedo al desplante.
La ansiedad es el vacío, el momento previo al salto definitivo. Se alimenta del futuro inmediato, del deseo. Algo va a pasar. De dudas y dolores se nutre, refleja nuestro carácter mortal y la fragilidad de los proyectos humanos.
Con y sin angustias, la vida.
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