Eduardo Sacheri es un escritor argentino, ganador del premio Alfaguara Novela 2016, con su obra La Noche de la Usina. Es, además, autor de numerosos relatos, entre los cuales figura Ser Feliz era esto. Leí la primera, excelente. De la segunda, su título me tentó a especular sobre la felicidad, así que, con permiso de Sachieri, aquí voy.
Sucede con frecuencia. Tanto esfuerzo, tanta energía , tanta fe para, y luego, ¿ser feliz era esto?
La felicidad como tema ha atraído a pensadores de todos los tiempos. Para algunos, el sentido de la existencia lo determina la búsqueda de la felicidad. Esta, como el pez enjabonado, no se deja atrapar en las redes de cerebros sofisticados y acuciosos. Palabra y concepto líquido, escurridizo.
En mi caso, descreo de la felicidad. O mejor, desconfío de su principal aliado, el absoluto. Ese equilibrio perpetuo, la línea infinita. Por dotación genética, somos seres cambiantes, sujetos a las variaciones del tiempo. Un día amanecemos contentos y entre el paso de la cocina a la habitación, sin saber por qué, estallamos en rabia incontenida. Nada mas sensible que nuestro comportamiento, sometido al cableado sofisticado de las conexiones cerebrales.
Ni el dinero, ni las propiedades, ni el amor, ni la fe nos otorgan el pasaporte a la felicidad. Cargamos con una herencia de incertidumbres que nos hace cambiantes, contradictorios y creativos.
Esperar mucho de conceptos como felicidad y armonía es pretender levantar un elefante sobre la palma de la mano. Que nos seduzca su búsqueda.
¿Adónde mirar, entonces? a mì me encanta cambiar de óptica y buscar, entre diversas opciones, la armonía momentánea del detalle y la naturaleza. El ojo agudo, los sentidos dispuestos. El arrebol en la tarde que muere, la sonrisa fugaz de una mujer que pasa a nuestro lado, el comentario divertido e ingenioso de un niño, la angustia que arrastra ese hombre del bus, las frases rompedoras de una novela que nos conmueven, la magnificencia de la catedral, la música que nos incita a imaginar mundos de caramelo, la película que nos hace mirar para adentro, el café hecho con amor, la sonrisa de un hijo, la mano amiga.
Están allí, discretos, radiantes. Verdes, grises, generosos y complacientes. La montaña misteriosa, el desierto que encubre los secretos de la vida, el mar, el río, el llano, la selva.Y esas aves juguetonas que inundan el cielo, y la caricia que roza el alma cuando nos adentramos en la espesura del monte.
Este mundo cambiante y efímero me regala, sin pedirlo, las experiencias mas bellas, transidas de la poética del deslumbramiento. En la noche oscura un rayo ilumina el firmamento, y por un instante, aspiro a tocar la eternidad. Los pasos balbucientes que doy en el lugar que me ha correspondido en suerte, se llenan de la magia y el misterio de lo que apenas vislumbro como cierto y bello. Estrella fugaz.
La felicidad como tema ha atraído a pensadores de todos los tiempos. Para algunos, el sentido de la existencia lo determina la búsqueda de la felicidad. Esta, como el pez enjabonado, no se deja atrapar en las redes de cerebros sofisticados y acuciosos. Palabra y concepto líquido, escurridizo.
En mi caso, descreo de la felicidad. O mejor, desconfío de su principal aliado, el absoluto. Ese equilibrio perpetuo, la línea infinita. Por dotación genética, somos seres cambiantes, sujetos a las variaciones del tiempo. Un día amanecemos contentos y entre el paso de la cocina a la habitación, sin saber por qué, estallamos en rabia incontenida. Nada mas sensible que nuestro comportamiento, sometido al cableado sofisticado de las conexiones cerebrales.
Ni el dinero, ni las propiedades, ni el amor, ni la fe nos otorgan el pasaporte a la felicidad. Cargamos con una herencia de incertidumbres que nos hace cambiantes, contradictorios y creativos.
Esperar mucho de conceptos como felicidad y armonía es pretender levantar un elefante sobre la palma de la mano. Que nos seduzca su búsqueda.
¿Adónde mirar, entonces? a mì me encanta cambiar de óptica y buscar, entre diversas opciones, la armonía momentánea del detalle y la naturaleza. El ojo agudo, los sentidos dispuestos. El arrebol en la tarde que muere, la sonrisa fugaz de una mujer que pasa a nuestro lado, el comentario divertido e ingenioso de un niño, la angustia que arrastra ese hombre del bus, las frases rompedoras de una novela que nos conmueven, la magnificencia de la catedral, la música que nos incita a imaginar mundos de caramelo, la película que nos hace mirar para adentro, el café hecho con amor, la sonrisa de un hijo, la mano amiga.
Están allí, discretos, radiantes. Verdes, grises, generosos y complacientes. La montaña misteriosa, el desierto que encubre los secretos de la vida, el mar, el río, el llano, la selva.Y esas aves juguetonas que inundan el cielo, y la caricia que roza el alma cuando nos adentramos en la espesura del monte.
Este mundo cambiante y efímero me regala, sin pedirlo, las experiencias mas bellas, transidas de la poética del deslumbramiento. En la noche oscura un rayo ilumina el firmamento, y por un instante, aspiro a tocar la eternidad. Los pasos balbucientes que doy en el lugar que me ha correspondido en suerte, se llenan de la magia y el misterio de lo que apenas vislumbro como cierto y bello. Estrella fugaz.
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