SONIA BRAGA Y LA SENSUALIDAD
En la década de los setenta y luego en los ochenta, Brasil representó para muchos latinoamericanos el referente obligado con respecto a la música, el cine, la poesía. Vivía nuestro continente, sobre todo en los setentas, un ambiente de ebullición debido a la influencia de la revolución cubana, el boom latinoamericano, la samba y el bossa nova.
Y por supuesto, Jorge Amado. Sus novelas pasaron de mano en mano en la Nacional y así fue creciendo el culto por la literatura brasilera y en especial, por los personajes femeninos de Amado: doña Flor, Gabriela,Tieta, Teresa Batista.
Un día fui a cine a ver Gabriela , clavo y canela, dirigida por Bruno Barreto, y quedé prendado de la actriz que en hora y media me sedujo para siempre: Sonia Braga. Luego fue Doña Flor y sus dos maridos, Tieta, y la topé, ya madura, en la serie estadounidense de Sex and the city.
En mi cabeza juvenil se mezclaba el verdor del valle de Guaduas y la cabellera ondulante de aquella mujer que me quitaba el aliento. Esos ojos provocadores, su piel mulata, la disposición para el amor ardiente. Ella representaba en mi mundo la avanzada erótico-revolucionaria que preludiaba un paraíso de emociones tropicales. Cuando filmó Tieta, la vi madura, redonda y, por supuesto, seguía siendo ese volcán encendido en un mundo que había dejado los arrebatos revolucionarios por las promesas del mercado.
Sonia, diosa mulata, hechizo tropical, cabellera de helechos junto al río incesante del deseo masculino.
Nada más provocativo que las ondas producidas por la sonrisa pícara de una mujer, nada más mortífero que una mirada cálida que promete oasis de pasión, nada más poético que el caminar sensual de una mujer. Ah, Sonia, te sobraste en ese campo.
Hace poco leí en el New York times que muchos escritores norteamericanos de las nuevas generaciones han emprendido una cruzada contra escritores veteranos que en su momento representaron una avanzada en el tema complicado del sexo y el erotismo: John Updike, Philip Roth, entre otros, son presa del furor moral de escritores que se sitúan en una perspectiva menos licenciosa, más aséptica y moralista. Tal vez el sida y el partido republicano han logrado hacer mella en las cuestiones del sexo. O, especulo, el deseo se ha refugiado en los millones de paginas porno en internet.
Creo que el dilema eterno entre lo íntimo y lo público, entre el deseo y la prohibición ha tomado caminos inesperados. Lo políticamente correcto acorrala la espontaneidad, y la seducción ha pasado de ser una de las maneras más bellas con que cuenta el ser humano para la conquista amorosa a formar parte destacada de los códigos penales.
Yo, desde mis cuarteles de invierno, resisto el avance poderoso de los ejércitos de la moral que amenazan con reducir hasta su mínima expresión la libertad y el erotismo. Sonia, te nombro abanderada de un movimiento que busca ampliar los confines de la sensualidad y el placer.
Releo el artículo y tiemblo al comprobar que el color verde del texto...(Oh, Freud).
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