MODELO 59
Siempre recuerdo una película que vi hace algún tiempo, Marco Polo. Y de la película, una escena en especial: un ayudante del emperador, que ha estado a su lado durante años, ve cómo se marchita el vigor del hombre más poderoso de la tierra. Las jóvenes que componen el harem del emperador miran angustiadas su declive en el lecho amoroso y fingen deleites y placeres inexistentes. Ese hombre, acostumbrado a hacer su voluntad y a decidir la suerte de los demás, mira angustiado el ocaso de un cuerpo que no responde a las demandas de su deseo. El ayudante le comenta: durante mucho tiempo sufrí su soberbia, envidié su poder y ansié tener algunas de las mujeres hermosas que desfilaron por su vida. Ahora, sé que es usted quien sufre y yo, que nada he tenido, miro pasar la vida sin sobresaltos.
Ese ciclo inevitable del nacimiento, el florecimiento, el esplendor, el ocaso y la muerte son, sin duda, las etapas que no podemos saltarnos. Ese hombre maduro que en algún momento quiere reeditar sus habilidades en el fútbol, en la natación siente el calambre imprudente o el tirón y el desgarre y peor, un corazón desbordado que enciende la alerta amarilla. Aterrado, descubre que las fuerzas se han evaporado, que el vigor que antaño fue su mejor carta de presentación hoy es apenas un remedo, una sombra.
El otoño me parece una estación hermosa. Esas hojas que comienzan a amarillearse, luego adquieren un tono naranja y extienden el tapiz más hermoso sobre los suelos de las regiones donde existen las estaciones. Alguna vez tuve el privilegio de caminar sobre un manto de hojas caídas, en una tarde memorable en Kyoto. Era el otoño de 1998, y me encontraba en un templo budista, uno de los cientos de templos de esa ciudad. (Las pagodas, las mezquitas, las iglesias, las capillas producen un efecto particular en los seres humanos. Una sensación de calma, una invitación a la meditación). Allí viví un doble regocijo: conocer y disfrutar la belleza de un templo-El Templo del Pabellón Dorado, donde según la leyenda reposan los huesos de Buda y motivo de una novela con el mismo título escrita por YUKIO MISHIMA-. El otro, poder abandonarme en un escenario lleno de vegetación y agua, con senderos que parecían por momentos meterse en nuestro cuerpo. De esa vivencia aprendí a observar con ojos desprevenidos y curiosos el mundo circundante y he procurado aplicar esta revelación en mi interacción con los demás.Y a amar mucho más a mi pueblo, Guaduas.
Tal vez la recompensa mayor por tener 59 años consiste en el privilegio de adquirir el gusto por la pausa y la meditación. Se mira con más cuidado el mundo, se escucha con más paciencia a las personas y se asume que el privilegio mayor consiste en vivir en este globo. Siempre me ha llamado la atención la vida de Pablo Neruda- lo que nos él nos contó o nos han transmitido quienes lo conocieron-: un gigante de espíritu juguetón, un gozón de siete suelas enamorado de las palabras y de las mujeres. Sus casas son el ejemplo vivo de un ser que recorría el mundo con ojos de niño, siempre atento a recoger y coleccionar las conchas marinas, las botellas multicolores, las matrioskas.En su casa de Santiago, llamada La Chascona(despeinada), en honor a Matilde, había una puerta invisible por la que solía aparecer Neruda vestido de duende, de capitán de navío, en días y noches de farra.
Que el espíritu juguetón no nos abandone jamás.
Me ha sucedido en estos últimos años algo que no sé cómo se posesionó de mi vida: un interés por disfrutar de la naturaleza, al punto de haberme convertido en un viajero de segunda, que en bus, en camión, a pata- y en lo que sea- recorro maravillado lugares donde la naturaleza y el paisaje humano me seducen al punto de desear aprender fotografía para registrar la belleza que está por ahí sin permiso para solaz de los que la miran con atención.
Otra ganancia de la vejez consiste en mirar de manera distinta a los amigos. Cuántas veces se discute con alguien por naderías, cuántas veces se pierde una amistad por la intolerancia que dan las ideas fijas. Los amigos son un tesoro que hay que cuidar, una vivencia que nos enriquece y nos permite disfrutar la vida acompañados.Por supuesto, igual sucede con la familia, asunto que prefiero mantener en la intimidad.
Ah, vieja literatura, acompañante constante de mis días. Te dejé de última porque eres la que me ha moldeado a tu antojo. Desde los relatos de hadas hasta la prosa sofisticada de Yourcenar, eres la pantalla en cinemascope que me ofrece el caleidoscopio cambiante de la vida. En libros, en revistas, en pantallas, siempre te busco y te encuentro y te disfruto.
Bueno, es que cumplí 59 años y no pude resistirme a compartir con mis amigos blogueros cosas que se me ocurren a propósito de mi vida. Recuerdo unos haikus dolorosos de Basho sobre la vejez que me causaron angustia cuando los leí :
Este camino ya nadie lo recorre
salvo el crepúsculo.
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Visión en sombras. Llora una anciana
sola, la luna como amiga.
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A la intemperie, se va filtrando
el viento hasta mi alma.
Es cierto. Nos acompaña a todos una sensación de tristeza ante el mundo, una sensación de pérdida que ofrece matices al significado de vivir. Sin embargo, a su lado, en espíritu festivo, una actitud gozosa ante la realidad,el complemento:
Este mundo de rocío
mundo, como es, de rocío
y...con todo...
ISSA
Y la belleza y el gusto por la vida:
De la red recién izada,
gotas de luna.
MOKKOU
Daguito: Qué texto tan bonito. si todas las personas en vez de lamentarse y compadecerse a si mismas cuando se cumple esta edad, encontraran, como usted el valor de las `pequeñas cosas,los amigos, la naturaleza, los libros, empezarían a disfrutar de la edad mas hermosa, la llamada por los poetas "Edad de oro"....... ¡Qué se la goce!... abrazos.
ResponderEliminarLic., con afecto reciba mis felicitaciones atrasadas. Este texto es hermoso, la descripción que hace de los colores del otoño es preciosa. Y no me parece que se pueda hablar de vejez a los 59, conozco varias personas muy vitales a esa edad. Todas las épocas de la vida son hermosas como las estaciones.
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