DE PASEO POR EL CENTRO DE BOGOTÁ
Para quienes nos educamos en los años 70 en Bogotá, el Centro fue siempre un lugar preferido a la hora de rumbear y disfrutar de las ofertas culturales de la ciudad. La cinemateca Distrital, el MAM y su sala de cine, el Teatro Jorge eliécer Gaitán, Quiebracanto, el goce pagano, El Automático, los metederos de la Candelaria, donde se disfrutaba de tangos-donde Marielita-, en fin, tantos lugares que a veces patina la memoria.
El domingo pasado leí en El Espectador que el Museo Nacional ha montado una exposición con la obra de la pintora antioqueña Débora Arango.Así que el lunes nos alistamos con Alejandra para asistir y gozar de la obra de una mujer irreverente y talentosa. Como hacía un buen rato no había ido al centro, tenía expectativas por el reencuentro con un lugar tan cercano a mis afectos.
Hace poco escribió Héctor Abad sobre las relecturas. Señala el escritor paisa que mejor guardar el recuerdo de la primera lectura, mantener en la memoria la emoción que nos produjo la lectura febril de un texto, el que nos aportó no solo la intensidad y la pasión del momento, sino que nos educó para la vida, y no sufrir la decepción de una historia que hoy no nos seduce. Algo de esto experimenté cuando me emboqué en la zona aledaña al Museo Nacional. ¡Los puentes de la 26 han sido demolidos, las calles por las que tantas veces anduvimos con el fervor de quienes creíamos que era posible una revolución se han convertido en escombros!
Recordé entonces lo que cuenta José Luis Jimenez-Frontín en el prólogo a una versión abreviada de EL RAMAYANA:
...En líneas generales, el hinduismo entiende que el universo está sometido a un proceso constante de creación y de destrucción. Los dioses son innumerables, pero tres de ellos ocupan un lugar preeminente:Brahma, que es el creador del universo, Visnú, que protege y conserva el universo creado por Brahma, y Siva, que destruye lo que ha sido creado por Brahma y protegido por Visnú.
Ese amado centro, hoy en cuidados intensivos, me regaló momentos placenteros, me permitió acercarme al cine y el arte de regiones y autores del mundo, fue el espacio de mis primeros escarceos amorosos-ah, el Parque de la Independencia, el Parque Nacional-. Miro a mi alrededor. Llueve.Cientos de personas pasan presurosas por las calles en construcción. En algunos años, otros seres-distintos, parecidos- echarán a volar sus sueños en el espacio agitado de una zona de Bogotá que ha visto el devenir de hechos y acontecimientos íntimos y públicos.
Vuelve a llover. Nos protegemos bajo el alero de un edificio. Corre a torrentes el agua. Caen las gotas y nos mojan. Una sensación de abandono me invade. Miro hacia los cerros. La neblina cubre de seda la ciudad. Respiro profundo y celebro este momento. Mañana será otro día.
Excelente análisis y comentario.Siempre leo tus reseñas y
ResponderEliminarde verdad que las disfruto y aprendo mucho.
El centro de Bogotá está presente en los recuerdos de toda mi vida. Cuando era niña me abrumada la idea de ir al centro. Recuerdo que mi mamá me llevaba de la mano y yo trataba de alcanzar su paso para no perderme en medio de una multitud que ante mis ojos se veía amenazante.
ResponderEliminarCuando estaba en secundaria, recuerdo los largos viajes en bus para ir a la Luis Angel Arango, sitio que, antes de que existiera Google, albergaba todo el acervo del conocimiento humano. Recuerdo también los paseos con los amigos del colegio al Parque Nacional, destino elegido cuando queríamos jugar sin cansancio "soldado libertador".
En mi época de universidad, el centro se abrió ante mis ojos como un nuevo mundo: recuerdo las interminables noches de rumba en Quiebracanto, en y en el Goce Pagano, los primeros conciertos de Rock al Parque en la Media Torta, los almacenes de música de la Av. 19, las noches de viernes en el Chorro de Quevedo... la lista de recuerdos parece inagotable.
Ahora trabajo en el centro y siento que no sólo ha cambiado el aspecto de las calles, sino que yo también he cambiado. Si bien sigo disfrutando de las caminatas por la Candelaria y de muchos espacios que siempre han estado allí como la Romana, la Florida, el Café Pasaje, etc., a veces mirar a mi alrededor mientras camino a prisa rumbo a la oficina me entristece. Acogiéndome a su texto, Dago, es como si viera la destrucción de Siva en todas partes: cada vez más personas pidiendo dinero, cada vez más indígenas desplazados, cada vez más agresividad (o tal vez siempre han estado allí pero yo no los veía?).
Dago, creo que no sólo usted tiene esa sensación cuando se visita al centro después de mucho tiempo de no hacerlo. Pero como usted también lo dice, otras personas, la mayoría jóvenes, encuentran en el centro el lugar para cultivar sus sueños y sus amores.
buenas reseñas.
ResponderEliminaraparte de que me gusta El libro de El coronel no tiene quien le escriba y Lila Downs.