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sábado, 8 de junio de 2024



                LA CALLE Y LOS JÓVENES

A una transeúnte

 La calle atronadora aullaba en torno mío/ Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina/ Una Dama pasó, /que con gesto fastuoso recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,/Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas. De súbito bebí, con crispación de loco, /Y en su mirada lívida, centro de mil tornados,/ El placer que aniquila, la miel paralizante Un relámpago. /Noche./ Fugitiva belleza Cuya mirada me hizo, de un golpe renacer. /¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?

Imagino a Baudelaire, sentado en un café, observando el paso ligero de la mujer, la atención puesta en el movimiento de su cuerpo, sin distracciones,  en algún lugar de París. La calles, torrente de imágenes, sensaciones, experiencia sensorial que nos transporta a  mundos esféricos. La calle ideal, la que nos ofrece crónicas pasajeras de seres, como el de esa mujer, la que motivó el poema de Baudelaire.

Hoy la calle es un lugar azaroso, atravesado por los ruidos y la velocidad  que imprimen los vehículos y las personas, todos a cual mas atentos a los riesgos de un percance o de un asalto. Ese lugar en el que se aprendían los códigos sociales y se adivinaban los entramados secretos de los viandantes, es hoy un escenario infausto en el que la vida se cotiza en monedas de cuero. Son los jóvenes los mas expuestos a sufrir atracos, agresiones, acosos, violaciones, accidentes y se aprende que la vida vale poco, que los sueños se derrumban ante el albur de espacios públicos peligrosos, poco amables en especial con mujeres y ancianos.

Los sueños se quiebran por la violencia de las calles. La joven universitaria a quien asesinan por robarle su celular, el chico apuñalado para robarle su bicicleta, la jovencita víctima del acoso y los toqueteos de un hombre en Transmilenio o en un bus de servicio público, el estudiante a quien le roban su morral con el computador. A la luz del día, en la penumbra, en la madrugada.



Federico García Lorca escribió:

SORPRESA

Muerto se quedó en la calle/ con un puñal en el pecho./ No lo conocía nadie./¡ Cómo temblaba el farol!/ madre. Cómo temblaba el farolito de la calle./ Era madrugada. Nadie/pudo asomarse a sus ojos/ abiertos al duro aire./ Que muerto se quedó en la calle/ que con un puñal en el pecho/ y que no lo conocía nadie.

La calle es el alma de las ciudades. Allí desfila todo el concierto de personajes y circunstancias que modelan el ritmo urbano. Lugar de encuentro, de movimiento, pasarela informal que devela los gustos y tendencias de la moda, los ritmos de los cuerpos, la seducción y los afanes cotidianos. La calle, trampa urbana que siega vidas jóvenes. No hay ahora lugar para el  disfrute de las miradas, la conversación y las risas. Los sentidos se enfocan en observar movimientos sospechosos, en recibir la sorpresa de un raponazo. 


Escribe Catalina Uribe El Espectador:

 La ciudad, la totalidad de lo público, es el lugar en el que los jóvenes pueden crecer, conocer a otras personas, hacer deportes, enamorarse, leer en un café, ir al teatro o al cine, saltar de concierto en concierto, qué sé yo, adelantar esa vida que no se restringe al currículo y que les permite conocerse, descubrir quiénes son de verdad y qué quieren hacer.


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