Compras la vajilla que te ha parecido bella, la de diseño de plantas y aves de Colombia. La pones en el lugar mas seguro de la alacena o la exhibes en el estante visible desde cualquier lugar de la cocina. Te reúnes con tus amigos y sirves las viandas en esos platos y tazas para deleite de los invitados. Un día- siempre sucede así-, estás de prisa, a preparar el desayuno, alistar el traje del día, vestir a los chicos, organizar su lonchera, responder varias llamadas; un día cualquiera, coges un plato que se escurre de tus manos y va a parar al piso. Otro día, en una reunión alguien pone una taza en el piso- la charla amena, la frescura del encuentro y otro- ¿dónde está el baño?- golpea sin querer la taza. Miras a la alacena y ves con tristeza que poco a poco han ido disminuyendo los objetos de la vajilla que cuidabas con tanto amor. Los restos van a parar a la cesta de basura. Tal vez haya que comprar otra, tal vez.
O no. Hacer lo que se le ocurrió a Ashikaga Yoshimasa, hace varios siglos: un día se le rompió una cerámica y la envió a China a reparar; inconforme con el resultado, reunió a varios artesanos, quienes usaron un barniz espolvoreado en oro, lo que hacía visibles los encajes. El objeto se recuperó y adquirió una nueva cualidad: "en lugar de disimular las líneas de rotura, las piezas tratadas con este método exhiben las heridas de su pasado, con lo que adquieren una nueva vida... Así que esta técnica se ha convertido en una potente metáfora de la importancia de la resistencia y del amor propio frente a las adversidades"(Kintsugi, la belleza de las cicatrices de la vida, Marta Rebón, Letras Libres).
Mantenemos una relación fría y utilitaria con los objetos que nos sirven. Al fin y al cabo, son objetos inertes. O eso creemos. Cada objeto, cada pieza de nuestro inventario personal está hecho de partículas, átomos del universo. Sería valioso pensar, que, igual que un ser vivo que nos abandona, ese objeto merece nuestro reconocimiento y afecto.
Somos, de alguna manera, iguales a los objetos que nos sirven. Llenos de huellas que señalan el paso del tiempo, fracturas, marcas del ritmo incesante de la vida. Igual que un vaso, nos rompemos, nos fracturamos y nos recomponemos.
"Todo tiene una grieta y por ahí entra la luz", escribió alguien.