MAESTROS INOLVIDABLES
Don Leovigildo era un hombre descomunal, de traje de paño, chaleco y un andar de magistrado romano, allá en la Normal de Varones, localizada en el barrio Villa hermosa de Medellín, en los años sesenta del siglo pasado. Tenía, asumo, mas de sesenta años y cuando entraba al salón de clases se producía un silencio, no de miedo, de respeto. Extendía sobre el tablero un mapa y empezaba una travesía de lugares, personajes, batallas, acontecimientos diversos, anécdotas curiosas. A mí me aterraban sus exámenes, frente a un mapa que en ese momento se convertía en una espada de Damocles. De él adquirí una curiosidad enorme por países y regiones distantes, donde los camellos abrevan su sed de manera pausada, los hombres viven mas tiempo en sus caballos que a pie, las amazonas valientes derrotan a ejércitos de hombres, las mujeres bailan la danza del vientre, las llantas estallan debido al frío glaciar y mujeres y hombres construyen su cotidianidad al ritmo de creencias diversas.
Muchos años después, frente al pelotón de estudiantes del Colegio Miguel Samper, conocí a un personaje a todas luces raro: vestía siempre de corbata, esbelto como una palmera de Santa Marta, dueño de un verbo digno de elogio, caballeroso y risueño: el profesor de sociales, Toño Hernández. Cuánto aprendieron de geografía los estudiantes samperinos, cuántos relatos desgranó ante su audiencia de chicas y chicos deslumbrados por la magia del relato de hechos, fenómenos y personajes.
La geografía, esa ciencia tan bella, integradora de conocimientos diversos fue, en manos de estos dos maestros, una suerte de relato de "Las Mil y Una Noches". De la palabra, los gestos y el entusiasmo de Leo y Toño partieron la curiosidad por indagar y conocer lugares de nuestro país y del mundo. Hoy, relegada a disciplina sin valor, la geografía nos recuerda que todo acontecimiento humano, grande o pequeño, sucede en un espacio y que las proyecciones humanas dependen siempre de las condiciones del planeta que habitamos.
En un mundo global, con los recursos infinitos de la red, la geografía debería ser como un delicioso helado de vainilla, provocativo, tentador. Toño y Leovigildo, con los recursos de su época, fueron Marco Polos que convirtieron sus clases en relatos fascinantes, provocativos.
Excelente, así deberían ser todas las clases fascinantes y que los niños y jóvenes queden con ganas de más relato, pero hoy en día con la pereza de los alumnos y el desgano de algunos docentes con clases tediosas hay poco por rescatar. De mis años de estudio recuerdo con mucho cariño al profesor Pedro Hernández sus clases eran motivadoras y el tiempo pasaba muy rápido, Dios le siga bendiciendo y a ud también profesor por regalarnos estas reseñas.
ResponderEliminarSi excelente profesor Toñito, ninguna clase era aburrida, lo transportaba a uno a un mundo, que sin conocerlo lo hacíamos realidad.
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