LA BELLEZA

Existen categorías prestigiosas para establecer qué es lo bello, lo valioso e interesante, digno de consumir y visitar, patrones para determinar lo que está bien, lo que es feo, despreciable. En nuestras charlas cotidianas hacemos eco a estos paradigmas y soñamos con llenar ese vacío que nos ubique en la corriente social imperante. Así se construyen los imaginarios que determinan nuestros deseos y búsquedas.

¿Qué es lo bello, lo novedoso e importante? Juegan tantas variables e intereses que al fin de cuentas vale la pena desprenderse de lo dominante y revisar en privado aquello significativo  para cada uno de nosotros. Alfredo Molano Jimeno, en un texto evocativo de su padre,  (Alfredo Molano, el Hombre de los Tenis de Tela, El Espectador), cuenta: 

Pero este tema me enfrentaría , una y otra vez,  a la realidad de mis compañeros de colegio. Cuando ellos contaban sus vacaciones en Medellín, Cali, París o Miami,  yo sudaba mientras me llegaba el turno. Y tímidamente decía: "Estuve en Vichada, La Guajira, Sierra Nevada", mientras ellos hablaban de parques de diversiones. Yo les explicaba que había visto un oso hormiguero, un mico: que había viajado horas en una canoa o que lo mas bonito del paseo había sido la vista de un valle al atardecer. Pero de pronto mi papá empezó a hacer un programa llamado Travesías. Salía en televisión y en la calle la gente lo saludaba. Eso me dio seguridad y pronto fui diciendo con orgullo que mi papá era periodista.

¿Dónde está la belleza? Primero, la fuente. Un cerebro conectado con la cultura y la herencia. Allí se incuban nuestras pulsiones, motor de búsqueda del placer. Las interacciones, el día a día, los aprendizajes añaden los retoques necesarios para formar nuestro perfil de belleza. Tan distinta y tan común, tan variada y esquemática.

Cuando le pregunté a mi papá qué era la belleza, él se reservó su respuesta para el fin de semana siguiente y me regaló, entonces, un libro de arte  con una lámina de La Victoria de Samotracia. "Pero no tiene cabeza", le dije. Y él me respondió: " ¿Quién le dijo a usted que la belleza está en una cabeza? Mire los pliegues de la túnica; Esos pliegues están agitados por la brisa del mar. Detener la brisa del mar en el movimiento  de los pliegues de esa túnica para la eternidad, esa es la belleza(María Kodama: los hijos son una hipoteca de por vida/ Joseph Casañas/El Espectador).

La respuesta del papá de Kodama implica una actitud especial: trascender la mirada y capturar los detalles que dan sentido al todo.  En esencia, se trata de relacionar el detalle con el conjunto, de establecer conexiones entre el objeto percibido y el contexto, de armonizar el presente y el pasado, el de vincular el objeto y sus sentidos. Desde las emociones.

La belleza es un concepto cambiante, melindroso. Se usa  de manera interesada para imponer consumos, determinar estilos, excluir a otros. Si supera esta barrera, constituye la conjunción perfecta de los sentidos, la enciclopedia y la herencia. Los sentidos marcan la avanzada, envían señales que el cerebro procesa y entonces...una explosión. Allí, indiferente, el paisaje, el rostro, la escena. Hemos sido tocados por el hechizo de colores, formas, sonidos, olores, tacto. Fluye la emoción y se experimenta un estado de comunión indescriptible:

  El movimiento de los pliegues de esa túnica para la eternidad.