CERRAR LAS VENTANAS, ABRIR LAS VENTANAS
Como si nos despojáramos de la piel y en su lugar apareciera una nueva. Asì sucede cuando abrimos o cerramos las ventanas. La intimidad, la penumbra son las aliadas de las ventanas cerradas. La novedad, el movimiento, los de las ventanas abiertas.
En La Casa de Bernarda Alba, la obra teatral de Federico García Lorca, las jóvenes corren a sus cuartos a observar desde la ventana el paso de los hombres. Cunde el deseo, la lujuria se explaya y las miradas lascivas se arrojan al paso de aquellos varones sudorosos. La literatura està llena de ventanas que se abren y se cierran para recrear mundos de aventuras o de meditación.
El cuarto cerrado es sinónimo de oscuridad. La luz adquiere nuevas connotaciones y se viaja al interior, con la conducción de los pensamientos. Al cerrar el cuarto, se abre el mundo de lo recóndito.
La ventana abierta es telescopio, cámara fotográfica. El mar impetuoso, la montaña plagada de misterios, el paso de seres apurados en busca de algo. Algún día la vi, rauda en su paso. Apenas el vislumbre de una diosa indiferente.
El equilibrio consiste en saber modular ambas acciones. "Hay días en que somos tan móviles, tan móviles/ como las leves briznas al viento y al azar". Las hojas se abren como un abanico festivo y los ojos se aniegan con el movimiento del mundo. En cambio, hay días en que preferimos guardarnos, cerrar las fronteras y disponernos a escuchar el dictamen severo de la conciencia, la seducción del recuerdo, la incertidumbre de las predicciones.
Adentro, afuera.
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