LAS RUINAS
De muchacho, pasé muchas veces por allí. Luego del ascenso por el Camino Real de Guaduas, se corona un sendero llano, con abundante vegetación a lado y lado del camino. La casa, a la vera del sendero, estaba casi siempre en silencio. Los ruidos de las gallinas, los sonidos característicos de labores rurales nos permitían suponer que allí adentro se desarrollaban las actividades propias de una casa de campo. A mí me parecía una casa misteriosa, bella y discreta . Al verla, soñaba con tener una similar, algún día. Hace poco volví a aquel lugar y solo quedan las ruinas.
En Puerto Bogotá se construyeron unas bodegas de aduana en el siglo XVI para almacenar mercancías que luego se transportaban a lomo de mula a Bogotá y viceversa. Hoy permanecen de pie algunas columnas de aquella construcción, vital para el comercio colonial.
Por todas partes emergen las ruinas. Lo nuevo y lo viejo, en eterna y permanente lucha. El sello identitario de la experiencia humana radica en la construcción permanente, en el inagotable afán por renovar y cambiar aquello que en su momento se levanta como símbolo de poder. La nostalgia elabora el relato seductor de lo viejo como objeto de culto y el pasado se reconstruye en las estrategias del mercado cultural.
Igual que con los objetos, nos habitan las ruinas interiores.
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