Sentados en una acera miramos las calles vacías en una madrugada de noviembre. Son las 3 de la mañana y el frío nos esculca sin compasión el cuerpo. El último trago lo apuramos a prisa-vamos a cerrar, dice el mesero-.Muy juntos, buscamos el calor de nuestros cuerpos. Las luces arrojan su color amarillento sobre los pocos transeuntes. Calles vacías, latas de cerveza, papeles, hojas caídas adornan la avenida.
A pesar del frío, permanecemos sentados, sin hablar. Ella se alisa su falda, bosteza. ¿Adónde ir? Hace un momento, sentíamos que lo que sucedía en ese bar era la realización suprema de la libertad. Bebimos sin parar, reímos, bailamos, nos besamos. ¿En qué momento el licor nos arrinconó en la melancolía?
Mas allá de estas calles nos espera una cama, una costumbre. Parecemos dos animales que huyen del acoso del cazador. Le sonrío. Estamos borrachos, ligeramente perdidos, con la duda de continuar o de volver a la normalidad. Le paso mi bufanda, la abrazo de nuevo y nos besamos. Un beso largo, tibio, que desafía la bruma.
Sin decirlo, disfrutamos de la amplitud que brinda un escenario vacío, sin más actores que los dos, sin las miradas curiosas de los transeúntes. En ese pequeño espacio que nos ofrece la acera descubrimos el vacío, la levedad.
Esas luces. Que a esa hora, nos ofrecen nuevas lecturas del amor con riesgos. Esa claridad que se asoma y que nos recuerda el deber, el otra vez, como siempre. Esa avenida que se abre y nos invita a perdernos. Con ella.
(Denis Nuñez, pintor cubano)
-Busquemos un cuarto- me dice. En un hotel barato, a la hora en que los perros husmean en las canecas de la basura. Allí, entre cobijas, nos amamos "como si fuera esta noche, la última vez".
Me guto, Dago, muy lindo relato. Se está puliendo cada vez más.
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