INVIERNO Y DESPOJOS
Llueve a cántaros. El frío nos obliga a sacar del armario el saco viejo, la lluvia pertinaz aplasta las ramas de las plantas, la gata se cuela en la habitación y se echa a los pies de la cama, las calles están desoladas y la niebla otorga un aire triste al ambiente. Cuando cesa el aguacero, quedan los vestigios del diluvio:botellas vacías, arena, papeles, bolsas, paredes mojadas. Un colchón ha naufragado y se ha quedado varado a la orilla del río. Ramas, hojas, troncos han formado un dique y alguien intenta destapar una cañería.
La inclemencia del invierno nos recuerda la fragilidad de las obras humanas. Esa carretera que serpenteaba airosa la montaña se ha venido abajo por causa de los derrumbes; el puente ha sido arrasado por el río impetuoso; el barrio que parecía en las noches un farolito colgado de la loma se ha derrumbado sin piedad. En la madrugada, muchas familias esperan ansiosas la luz del día, preocupadas por la duración de un aguacero que comenzó hace ya varias horas. Un arroyo insignificante se ha convertido en río portentoso que arrastra vehículos y personas. Cuando cesa la lluvia se respira un ambiente de humedad y decrepitud. Sobre las calles se apilan objetos inútiles y las personas inventarían los daños. Una sensación de precariedad nos roba la confianza.
En la cocina, alguien prepara el café. El olor se mete en nuestras narices y nos reconforta. Las palabras brotan, al comienzo frías, y se van llenando del calor que da la compañía. En algún lugar una familia llora la pérdida de sus propiedades. Poco a poco se alejan las nubes y el sol nos da el aliento para comenzar de nuevo. Hasta el próximo aguacero.
... Los contrastes en el mundo. Y el tiempo que pasa y pasa y va dejando atrás lo bueno y lo malo. Para resaltar el sentimiento de la esperanza [siempre].
ResponderEliminarpaola