Dos lecturas marcaron mi vida de estudiante universitario, en la década del 70: CIEN AÑOS DE SOLEDAD y RAYUELA. En un momento de optimismo polìtico debido a la revolución cubana, Amèrica latina encontró en estas dos obras- y otras- un estandarte para mostrarse al mundo como ejemplo de un nueva sociedad en ebullición. La lectura tenía un sello-sesgo- polìtico al cual se añadía un estado de efervescencia colectiva que nos hacía creer en la irrupción de un nuevo estado de cosas: la solución definitiva a la miseria y la explotación de nuestro continente.
El enfoque de nuestras lecturas se orientaba a resaltar lo propio y único de América Latina, espacio en el que convivían distintas etapas de la historia de la humanidad y escenario de sucesos maravillosos. Así leímos en ese momento, y los libros contenían nuestros sueños, los arropaban con una prosa recursiva, diversa y contestataria.
Han transcurrido más de 40 años de la publicación de estos dos libros y mi entusiasmo sigue intacto, aunque la mirada es diferente. Siento las dos historias como hechos humanos que trascienden la inmediatez de la polìtica, lo que me ha permitido gozar con elementos siempre actuales en la literatura: el ambiente de la provincia, el mundo del intelectual que emigra, la presencia cautivante de personajes tan ricos y complejos-¿cómo no sentir fascinación por José Arcadio Buendía y Horacio Oliveira- en ese ejercicio difícil de vivir y con el regalo formidable de una prosa que enriquece al idioma español?
La lectura es una experiencia que se nutre del momento en el que vivimos, que asume las formas y maneras propias de cada tiempo y que reescribe cada texto con el andamiaje del lector.
El enfoque de nuestras lecturas se orientaba a resaltar lo propio y único de América Latina, espacio en el que convivían distintas etapas de la historia de la humanidad y escenario de sucesos maravillosos. Así leímos en ese momento, y los libros contenían nuestros sueños, los arropaban con una prosa recursiva, diversa y contestataria.
Han transcurrido más de 40 años de la publicación de estos dos libros y mi entusiasmo sigue intacto, aunque la mirada es diferente. Siento las dos historias como hechos humanos que trascienden la inmediatez de la polìtica, lo que me ha permitido gozar con elementos siempre actuales en la literatura: el ambiente de la provincia, el mundo del intelectual que emigra, la presencia cautivante de personajes tan ricos y complejos-¿cómo no sentir fascinación por José Arcadio Buendía y Horacio Oliveira- en ese ejercicio difícil de vivir y con el regalo formidable de una prosa que enriquece al idioma español?
La lectura es una experiencia que se nutre del momento en el que vivimos, que asume las formas y maneras propias de cada tiempo y que reescribe cada texto con el andamiaje del lector.
La estructuras, esto suena de lo mas europcentrico pero ahi va, sociles y culturales nos determinan, o mejor nos pueden llegar a explicar, pero creo que lo mas importante en aquella palabra que no pretende ser verdad, revelada o construida, es: la creacion el espacio inesperado, la logica que se rompe, el discuro que termina en risa; los libros que no dicen para que estan hechos son los mejores, son aquellas herramientas que tenemos que descubrir su funcionalidad
ResponderEliminarAlgunos acontecimientos vitales hacen que el punto de vista que uno tiene respecto a algo cambie: el advenimiento de los hijos, la consecución de una pareja, el tener un trabajo estable, la muerte de las personas cercanas, los viajes, etc, y por eso las mismas cosas o, en el caso que nos atañe, los mismos libros, adquieren un matiz diferente cada vez que se leen.
ResponderEliminarCuando leí Cien Años de Soledad por primera vez tenía trece años y en cuanto llegué a la última página sentí un irresistible deseo de volverlo a leer: eran demasiadas emociones, demasiado vértigo en mi temprana adolescencia. Seguramente algún día volveré a leerlo, ya no con la misma desbordante imaginación de mis trece años, pero, con toda seguridad, encontraré perlas recónditas que pasaron desapercibidas cuando lo leí por primera vez.
Creo que cada día uno se renueva y ya no es exactamente el mismo y la lectura no es ajena a ese devenir. Por eso, como dicta la sentencia de Heráclito según la cual no nos bañamos dos veces en las aguas del mismo río, tampoco leemos dos veces el mismo libro.
Su post me hace pensar en la diferencia de cómo se percibe un libro dependiendo de la época en que se lee, más aún si contiene eventos recientes ya reales, ya imaginarios pero relacionados con el momento histórico, aúnque sin duda los buenos libros lo son sin importar cuando se lean. Yo los lei más o menos en los noventa. Ambos me encantan.
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