DE COMIDAS Y LECTURAS
Hace 30 años, los estudiantes de la Nacional considerábamos la bandeja paisa del Portal del Marinillo, en el centro de Bogotá, una aventura gastronòmica sinigual, a la par que nuestros pensamientos aterrizaban en La Habana, la plaza Roja de Moscú o Beijing-que en ese entonces se llamaba Pekin-, y para unos pocos, la Albania de Enver Hoxha. Provincialismo gatronómico y amplitud geopolìtica.Eran tiempos en los que se leía con el corazòn puesto en las estepas rusas, las granjas colectivas chinas y el malecón habanero, y existía un acuerdo tácito: el rechazo a todo aquello que significara "imperialismo norteamericano". La lengua inglesa era "el enemigo" y muchos camaradas alardeaban de su ignorancia linguística, aunque anhelaban hablar chino o ruso-deseo postergado por la urgencia de la revolución- . De los fríjoles al libro rojo de Mao Tse Tung-hoy, Mao tze Dong-.
El viraje gastronómico actual, que ha popularizado comidas y bebidas de diversos lugares del mundo, haciendo cercanos y habituales la pizza, los tacos, el arroz chino, el sushi , la hamburguesa, los quesos y muchas otras meriendas, también tiene su correspondiente eco en las maneras de ser y leer contemporáneas: de las interpretaciones ligadas a lo nacional se ha pasado a la consideración de espacios más amplios como la región y el globo. Y el paladar intelectual, que ya no lee desde las grandes concepciones-macrorrelatos, se dice hoy- espulga en lo fragmentario, lo frágil, lo cambiante, sin ninguna pretensión de "explicar" el mundo; a lo sumo, un brochazo tímido que intenta convertir las piezas dispersas en ejercicios lúdicos.
Y si bien la comida internacional ha colonizado nuestros paladares-una suerte de red papilar global-, los platos nacionales y regionales, en vez de desaparecer, adquieren nuevas dimensiones al punto de que los platos típicos de la regiones colombianas se han vuelto nacionales, viajan en avión y se instalan en Brooklyn, en Melbourne, en Buenos Aires. Tal vez, una revolución sugerente que nos invita a leer los textos desde la tensión dialéctica de lo local y lo universal, incorporando a nuestras recetas lectoras mezclas, guisos, olores y sabores en molde virtual.
El viraje gastronómico actual, que ha popularizado comidas y bebidas de diversos lugares del mundo, haciendo cercanos y habituales la pizza, los tacos, el arroz chino, el sushi , la hamburguesa, los quesos y muchas otras meriendas, también tiene su correspondiente eco en las maneras de ser y leer contemporáneas: de las interpretaciones ligadas a lo nacional se ha pasado a la consideración de espacios más amplios como la región y el globo. Y el paladar intelectual, que ya no lee desde las grandes concepciones-macrorrelatos, se dice hoy- espulga en lo fragmentario, lo frágil, lo cambiante, sin ninguna pretensión de "explicar" el mundo; a lo sumo, un brochazo tímido que intenta convertir las piezas dispersas en ejercicios lúdicos.
Y si bien la comida internacional ha colonizado nuestros paladares-una suerte de red papilar global-, los platos nacionales y regionales, en vez de desaparecer, adquieren nuevas dimensiones al punto de que los platos típicos de la regiones colombianas se han vuelto nacionales, viajan en avión y se instalan en Brooklyn, en Melbourne, en Buenos Aires. Tal vez, una revolución sugerente que nos invita a leer los textos desde la tensión dialéctica de lo local y lo universal, incorporando a nuestras recetas lectoras mezclas, guisos, olores y sabores en molde virtual.
La vida actual trascurre en un constante vaivén entre lo local y lo global: a través de los medios de comunicación nos llegan imágenes que transforman nuestra realidad, casi todas ellas asociadas al consumo, de suerte que es posible ver a jóvenes vestidos como “hemos” en Bogotá, en Londres, en Nueva York, etc. Sin embargo, este fenómeno no se limita a la moda sino que permea la cotidianidad y por ello la comida internacional no sólo se encuentra en los restaurantes sino también en la mesa de los hogares en los que el menú ya no se limita a los tradicionales fríjoles con arepa sino que se extienden a las ensaladas thai, pasando por las hamburguesas y las pastas napolitanas.
ResponderEliminarA veces pienso que, al menos en nuestro contexto, las personas nos vemos cada vez más homogéneas y pareciera que esto refleja un doble carácter del ser humano: por un lado, discriminamos al que se viste o piensa distinto; pero, en el fondo somos muy parecidos, nos alegran y nos entristecen casi las mismas cosas. Creo que la dinámica actual hace que los seres humanos tengamos cada vez patrones de consumo más parecidos; pero, al mismo tiempo, hace que nos distanciemos más de los otros en lo que es realmente importante y en lo que realmente nos une.