MIS PAISAJES
Existen lugares que se han alojado en nuestra memoria y que se tornan recurrentes como los vientos de agosto(¿de junio?). Conservo uno en particular, paisaje que se repite en diversos escenarios de Puerto Bogotá, Mariquita, Honda, Guarinocito y la Dorada: el verde imponente de las sabanas, el río sinuoso que corre ligero a lado y lado, el ganado que se protege del sol bajo los acacios y matarratones. De igual manera, añoro las casas de bahareque y zinc, tan pobres que a veces se olvidaron de las ventanas, las mecedoras junto al palo de mango y la limonada para calmar la sed. y en el fondo, el solar o patio, lleno de tamarindos, mangos, matarratones y flores multicolores. Riqueza esplendorosa que apabulla la carencia de cosas elementales, espacio generoso que invita a conversar y a reír.
La descripción anterior no rinde homenaje a la nostalgia. Cuando visito las ciudades extraño el olor de monte, la brisa fresca, las calles destapadas adornadas con cámbulos y acacios. Soy un provinciano que disfruta la montaña y el río, los potreros y los esteros, las garzas que despulgan el ganado, el calor que sofoca. Si el mar es sensación mágica que nos envuelve y embriaga, es la montaña albergue misterioso que esconde tesoros multicolores.
Caminar por pueblitos cuya arquitectura obedece a leyes dictadas por el capricho y la historia es placer que no rechaza la dimensión gigantesca y variopinta de la ciudad. Recorrer el Centro Histórico de Honda, caminar por ciertas calles de Mariquita, atiborradas de árboles generosos y frutas deliciosas, divisar el río Magdalena desde las alturas de Puerto Bogotá, nadar en la charca de Guarinocito, disfrutar el espíritu gozón de los doradenses y vibrar de alegría ante la belleza del valle de Guaduas son maneras de vivir lo pequeño como un placer que afinca al ser humano en su patria chica.
La ciudad me agrada. Disfruto su extensión, me maravillo frente al regalo insuperable de la noche iluminada y gozo como niño su vida cultural. Pero mi corazón está con los pueblitos que conocí y amè en mi infancia, amigos y cómplices genrosos que me permitieron vivir a plenitud.
Bueno, amigos blogueros, los invito a hablar de paisajes entrañables.
Mi corazón también pertenece a los pueblos. Las calles donde la gente camina por la carretera sin reparo alguno; los árboles que son albergue de los pájaros y custodios de las casas, con historias de amores de varias generaciones plasmadas en sus cortezas; el sonido de las campanas de la iglesia al amanecer y uno que otro gallo que altera el sueño de la vecindad. Los atardeceres de colores infinitos, arreboles y garzas dibujando flechas en el cielo; la lluvia de la noche cayendo sobre las tejas y emitiendo sonidos armónicos sobre de pentagramas desconocidos.
ResponderEliminarRecuerdo que cuando leí el poema "Inisfree" pensé: El espacio que Yeats describe no es un imaginario, es un pueblito de Colombia, es un paisaje de Colombia.