Encuentro en la literatura y el arte un campo inagotable de sorpresas, de maneras de percibir y vivir el mundo, de descubrir tendencias en todos los órdenes, bajo el tapete multicolor de las diversas manifestaciones artísticas. Las notas sentidas y los versos con sabor a absoluto de los boleros, las baladas y los tangos nos muestran la pátina que ocasiona el paso del tiempo. Versos en los que se expresa con hipérboles magistrales una visión del amor que vuela alto, una ternura, un sentimiento que rodeado de velos oculta, enmascara el deseo. La mujer es el objeto de los anhelos y los reclamos masculinos, siempre en clave heterosexual, y aun en las frases doloridas de un despecho la mujer es un ser pasivo y malévolo, causante de las tragedias de los hombres.
A mí me encantan los boleros, esa cátedra musical de figuras literarias al servicio de la expresión masculina del amor: "los aretes que le faltan a la luna/los tengo guardados, para hacerte un collar", " esta tarde vi llover, vi gente correr/ y no estabas tú", "no puedo verte triste, porque me mata/ tu carita de pena, mi dulce amor", "que se quede el infinito sin estrellas/ o que pierda el ancho mar su inmensidad/ pero el negro de tus ojos que no muera/ y el canela de tu piel se quede igual", "quiero comprarle a la vida/ cinco centavitos de felicidad/ quiero tener yo mi dicha/pagando con sangre/ y con lágrimas".
¡ Oh, tiempos de arrebatos pasionales en los que lo divino y lo terrestre se amangualaban para expresar con poesía el amor patriarcal herido en su orgullo por seres menores cuya únicas virtudes eran la belleza y la traición! De los millones de versos mojados por las lágrimas de varones de pelo en pecho no queda nada, nadita de nada. Apenas la nostalgia hipócrita, pues sabemos hoy que esos seres de pelo largo e ideas mas largas han pasado a otro nivel de demandas. Y si no, que hable el reguetón.
Fuente de molestias y rechazos en un sector de la población, el reguetón ha invadido la escena social y cultural de una amplia zona del planeta. Su disposición rítmica que invita al movimiento deviene una suerte de cópula con énfasis en los roces con el trasero, una actitud de frescura ante el encuentro de los cuerpos y unas letras en las que las frases imperativas ordenan "mételo, papito", "perrea". Lo novedoso estriba en que son las mujeres las que reclaman y ordenan el deseo explícito, la caricia desprovista de atuendos.
Novelas, relatos, poemas y ensayos contemporáneos invitan a repensar el gozo a través de la forma y el fondo: un ritmo que imita el orgasmo femenino, verbos y sujetos que convierten a la mujer en agente, neologismos líricos que se esfuerzan por capturar el goce femenino, una subversión de los roles… “En el momento en que es ella la que desea —y no solo la deseada— y la que escribe —y no solo la descrita—, es normal que las escenas de sexo se vean modificadas. La mujer solía estar a expensas de lo que quisiera el varón; su deseo había sido condenado. Transmitir deseo sexual explícito a una mujer era una ofensa; ahora, es halagador. No hemos cambiado solo nosotras, ha cambiado todo(El País).
SUJETO DE AMOR SEXUAL EMANCIPADO, ARRIBA ABAJO, ACTIVO PASIVO, FEMINISMO DEL GOCE(LUCIANA PEKER)
Reivindicación de la mujer deseante: cómo las escritoras están cambiando la mirada sobre el sexo, MARÍA OVELAR, EP
opina Marta Jiménez Serrano (1990, Madrid), cuyo último libro, No todo el mundo (Sexto Piso), ofrece un caleidoscopio en 14 relatos de voces que gozan y sufren en el amor.
La identidad de las mujeres ha sido moldeada por el sistema heteropatriarcal: en el amor, para ser deseable a la mujer se le ha exigido ser buena, guapa, silenciosa, cuidadora y sacrificar el deseo en beneficio de la mirada masculina. Ser adicta al amor y olvidarse del deseo. Enseñanzas inculcadas no solo en la familia, sino también en la literatura, donde ha primado el romanticismo y la fantasía de la salvación: la princesa Disney rescatada por el hombre. “Lo que es norma o imperativo externo se incorpora a la subjetividad, convirtiéndose en ideal que moldeará el deseo”, escribe la psicoanalista Nora Levinton en su tesis doctoral, publicada como libro de ensayo por la Editorial Biblioteca Nueva en el año 2000. Con tanta tradición libresca firmada por hombres condicionados por una cultura represiva con el placer femenino, no solemos ser libres en lo que somos y deseamos ser. Como demostró la argentina Luciana Peker en el ensayo Sexteame, amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), da igual lo que queramos: las mujeres deseantes dan miedo y muchos hombres se niegan a ceder su hegemonía. Porque el placer es poder. Pensarlo y escribirlo permite reapropiarse del cuerpo y alcanzar una identidad emancipada. El yo sexual no es innato ni adquirido, sino que se construye dinámicamente. “Se reestructura en cada contexto específico por formas de la fantasía, conscientes e inconscientes, públicas y privadas. Por ejemplo, la lesbiana o queer están definidos por una producción deseante que no solo sería autónoma respecto del varón, sino que implicaría una producción diferente de referentes y de significados, de un mundo (otro)”, insiste la socióloga Fefa Vila.
En esta genealogía de mujeres que conforman su deseo y, por lo tanto, su identidad, Fefa Vila recuerda, entre otras, a precursoras como Virginia Woolf y Gertrude Stein. “Son sujetos políticos de su narración, y se apropian y reformulan el contexto político que habitan”, opina. Y subraya que todas ellas fueron “sujetos excéntricos”, lesbianas, bisexuales, capaces de problematizar la mirada masculina, la heterosexual y heteropatriarcal. Como ocurre en la cultura queer. “La producción de la lesbiana representa la posibilidad de acceso a una sexualidad y a una nueva economía libidinal que no es falocéntrica, lo que nombra un mundo diferente y genera posibilidades de redefinir lo político”, asegura la también ensayista.
Sobre el placer femenino pesa la culpa: por ejemplo, de la masturbación femenina no se hablaba ni en público ni en privado, y muy poco en literatura. Escribir de prácticas como la autosatisfacción contribuye a que la mujer se reapropie del cuerpo y, por lo tanto, la convierte en propietaria de su psique. A través de nuevas imágenes, reflexiones y metáforas, la mujer va conformando el yo.
En La hija de Marx, las mujeres se masturban y controlan su caudal erótico. Abundan las escenas rupturistas: el resultado, con sus campos semánticos del mar, sus escenas lésbicas, sus metáforas y su ritmo más cercano al orgasmo femenino que al masculino, está a años luz de la monotonía. Todo es ágil. Todo huye del falocentrismo: ellas son dueñas de sus cuerpos y lo que importa es su mirada, no la de los hombres. “A la erótica escrita por hombres la caracteriza la repetición y la eyaculación. El ritmo es ascendente. Mi idea fue buscar alternativas y contestar a Las edades de Lulú [1989], donde la mujer vuelve a ser liberada por el hombre”, afirma Obligado. A pesar de que supusiera un revulsivo que un cuerpo no legitimado escribiera sobre sexo, casi 35 años después, salta a la vista que, en Las edades de Lulú, Almudena Grandes mantiene una visión heteropatriarcal y falocéntrica. “La emancipación de la imaginación es muy lenta. Sería una trampa esperar que pudiese surgir un sujeto emancipado de un día para otro”, avisa Sara Torres.
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