Cuenta un relato budista que un día una anciana buscaba algo en la calle. Algunas personas se acercaron y le preguntaron: ¿Qué buscas? - y ella respondió: - una aguja-. Todos se apresuraron a participar en la búsqueda. Al cabo de un rato le dijeron a la anciana.- Danos algunas indicaciones mas precisas-. Ella dijo:- Perdí mi aguja en la casa-. Las personas se miraron con incredulidad. Alguien preguntó: -por qué la buscas en la calle si la aguja se perdió en tu casa? La mujer respondió: - Porque aquí hay mas luz-.
Una idea que se desprende de la lectura del cuento es que solemos buscar la verdad, el alivio a nuestros pesares, la paz interior en el lugar equivocado. La luz como faro que seduce y engaña. A la feria de la vanidades que encarna el mundo de afuera se opone la gruta en la que establecemos un diálogo sincero con nosotros mismos.
He creído que las búsquedas humanas forman parte de nuestro trasegar por un destino incierto. El azar nos gobierna y nuestra respuesta consiste en edificar fortalezas sobre montones de arena. Nada de lo que asumimos como cierto se sostiene en medio de las tormentas ocasionadas por una forma de vida basada en la explotación de los recursos naturales.
Buscamos la paz interior y por un instante divisamos la costa, mientras las mareas interiores se aprestan a volcar la nave. En medio del caos surge la fuerza que nos alivia el corazón y nos anima a creer en lo humano: el altruismo, esa fuerza poderosa compuesta de generosidad, bondad y desprendimiento.