Las gotas de lluvia golpean el vidrio de la ventana. Un sonido suave nos anuncia la caída del agua; las ramas de los árboles reciben la caricia de las gotas de lluvia. El cielo ha adquirido un color gris y una cubierta compacta de nubes oscurece el ambiente. Llueve. Se vive una sensación de prisa, de deseo de protección. Pasan raudos los vehículos y por un buen tiempo, el ritmo que consideramos normal se transforma por acción de la caída de agua. Los transeúntes buscan refugiarse debajo de los aleros de los edificios; algunos, armados de paraguas, se lanzan en veloz carrera hacia los paraderos de buses. Todo se reduce a la búsqueda de protección. Alguien recordará: "esta tarde vi llover/ vi gente correr/ y no estabas tú", la bella canción de Manzanero. Un grupo de niños juega alborozado bajo la lluvia.
II
Resguardado bajo un alero, mientras cae la lluvia, espero. Vivo la sensación que nos brinda este fenómeno natural y que consiste en dotarnos de un extrañamiento ante la cotidianidad. Todo parece desvanecerse ante el tupido manto de las gotas. La lluvia propicia la meditación para intuir la eternidad. La lluvia nos brinda ese instante supremo en el que reconocemos lo efímero de la existencia. La lluvia es el mensaje que nos devela la fragilidad de las construcciones humanas.
No cesa la lluvia. Las quebradas y el río han crecido. El puente es desbordado por la creciente. Sin pedir permiso, la corriente de agua desborda las orillas y se mete en calles y casas. Hay agitación, gritos, personas que corren, sacan muebles, colchones, buscan sitios elevados. Cuando cesa la lluvia, regueros de objetos diversos llenan las calles. En cada casa se saca el agua a baldados.
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