Aquella fue la primera vez que subí a un avión; yo, que después realizaría tantísimos viajes aéreos por el mundo...Con la nariz pegada a la ventanilla, observé, temblando de miedo, cómo se despliegan a nuestros pies la espesa alfombra verde de la selva, el rojo sanguinolento de la tierra y luego por fin el océano, desmesurado y estremecedor.
Maryse habla de Costa de Marfil y mientras leía estas palabras de asombro recordé la emoción desbordada que experimenté cuando viajé en avión de Bogotá a Santa Marta y vi abajo, como una aparición, la ciénaga del Magdalena, semejante al mar en su extensión. La forma sinuosa del río, las sabanas asediadas por los brazos de agua que trazan cuadros de singular belleza y luego, las montañas eternas, con coronas de nubes.
Nuestras vidas se nutren de momentos como estos en los que el paisaje se torna una revelación, como en los versos de Neruda: "Antes de la peluca y la casaca/ fueron los ríos/ ríos arteriales". Allí están, rumorosos, ajenos a las preocupaciones de los mortales.
Ante el panorama devastador de una tierra agobiada por el deterioro ambiental, planteo que solo una reconfiguración de la manera como entendemos el desarrollo, el bienestar y el equilibrio nos conducirá a relaciones justas y armoniosas con las demás especies y con la naturaleza de la cual formamos parte.
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