Así las llamaba mi inolvidable amigo, Adriano Madariaga. La nochera es una mujer para quien el día comienza en la noche, la enamorada de las penumbras de seda, de las luces y el desenfreno. La nochera, mujer fatal, antagonista de la mujer virtuosa.
La nochera descubre los secretos del alma humana entre copa y copa. Como lo doméstico no es lo suyo, se mueve de igual a igual entre hombres seducidos por su desenfado y libertad.
Placer nocturno en medio del humo de cigarrillos, risas plenas y erotismo sin cadenas. La música es variada como los concurrentes al templo coronado de guirnaldas. Ella no se somete a los gritos destemplados de machos de pelo en pecho, se ríe de los relatos de ficción de machos acongojados ante sus movimientos de mujer libre y decide sin pedir permiso a quien seducir.
Las nocheras, a pesar de lo que podamos pensar, abundan como la verdolaga. Son secretarias, estudiantes, policías, vendedoras, ingenieras, conductoras, cocineras, médicas, amas de casa, poetas. No necesitan pasaportes ni permisos para existir. Saben que el nombre dado a ellas es invención masculina, arrebato erótico y censura religiosa.
Valientes, han dado un vuelco a la semántica de un término cargado de deseo masculino y moral católica. Para ellas, nochera es sinónimo de emancipación, de libertad.
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