LA VOZ
Es la voz. Inconfundible. llena de secretos mensajes.Con tonalidades variadas, cada una, como senderos de luz. Es la voz que nos identifica, marca indeleble por la cual nos reconocen y juzgan. No hace falta la presencia del otro para medir los grados de complacencia o ira, de alegría o frustración por medio de la voz.
Empiezas a conversar y percibes cierto malestar, un tono en vibrato alterado, cierta resistencia identificable por las ondas acústicas que transportan un reclamo. Otras veces, la emoción emite ondas sonoras cargadas de optimismo y alegría.
No siempre es posible identificar las verdaderas intenciones del mensaje por medio de la voz. Se miente y el receptor es atrapado por el discurso con máscara, el enunciado cuya sustancia oculta está llena de veneno.
En las relaciones sociales, las jerarquías determinan los tonos, los ritmos, las pausas de los hablantes. Muchas veces hemos presenciado la orden brusca, el rechazo brutal de parte de un jefe, de un superior. La respuesta, tímida y conformista. A veces mejor el silencio.
A mí me fascina la sintonía que produce chispas cuando dos se entienden y disfrutan el encuentro. Dos en trance de seducción, las voces alteradas, el ritmo cardíaco volado, las palabras que se encadenan sin dificultad, una sensación que recorre el cuerpo, lo acalora, lo excita. Dos que dialogan sintonizados, fluyen las palabras como manantial y la mente navega sin temor a un tsunami verbal.
Y qué decir de los encuentros eróticos, que requieren de palabras acaloradas, obscenas, caudal de groserías cuyos sentidos aceleran el fuego de la concupiscencia. Y no digo nada de los gemidos, tan motivantes.
La voz es guía, acicate para las causas nobles e infames. Discursos nobles, viles son el combustible de revoluciones, levantamientos. El grito que sobresale entre la multitud prepara el terreno para la agitación. En los púlpitos es la voz la orientadora de la fe.
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