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sábado, 18 de noviembre de 2017



LA ESPERA

¿Y qué tal convertir la espera en un ejercicio espiritual, una manera de encarar la vida desde la otra orilla? El que espera desespera, dice el adagio popular. Si por el contrario dijéramos: el que espera no desespera, ¿cambiaríamos el tiempo acuciante, la urgencia y la desesperación por un estado que congela el tiempo y las premuras?


Asumir la espera como un ritual sin esperanza y recoger los frutos de la ausencia de resultados. El hombre espera en el café a su amada. Pasa el tiempo y el hombre asume que cada segundo que pasa es, a fin de cuentas, un segundo mas, otro en la rueda inexorable que conduce a la nada. Es decir, igualar la llegada de la mujer con su ausencia. Algo así como matar la expectativa que produce la desazón de la espera.

Sentado en el vehículo que nos lleva a la cita, agobiados por la lentitud del tráfico, la tortura del reloj que camina de prisa. ¿Y qué tal dejarse llevar por el ritmo lento del tráfico, de las personas que pasan raudas por las aceras, observar con curiosidad los letreros luminosos, los olores que a esa hora se riegan por las calles?


En vez del abandono total del ser, la asunción de la liviandad y la indiferencia. La revolución anticapitalista por excelencia.





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