UNA CAMINATA POR BUENAVISTA
La brisa ligera recorre sin descanso las laderas que rodean a Guaduas. Son las 6 de la mañana y el sol ya ha aparecido, tibio y tímido, al lado de unas pocas nubes que se esconden en la montaña. Abajo, el poblado. Apenas comienza el ajetreo de todos los días. Pequeñas garzas vuelan en bandadas y un olor a monte sorprende nuestro olfato. Camino por Buenavista, esa zona rural que tiende un camino hacia el cielo. Asciendo sin prisa, y me deleito con el panorama multicolor que ofrece el paisaje de la villa.
Me detengo y contemplo la montaña que se levanta majestuosa a lo lejos- La de Paramillo-, diosa exuberante que lanza bocanadas de aire puro. El frío suave me invade y una ventana se abre a los pensamientos más íntimos, los que nos recuerdan que formamos parte de la naturaleza. A lado y lado del camino, una vegetación en partes frondosa, en otras, apenas potreros. Pasa una moto ruidosa y los pájaros vuelan asustados. El camino es una herida que se ha abierto a la montaña, señal del progreso, disparo certero que atina al corazón del bosque. Escondido, un cauce seco por el que hace muchos años corría un riachuelo discreto, que en invierno retoma el cauce y nos deleita con el sonido refrescante del agua al correr.
!Qué misterios esconde el monte, cómo nos seduce la imponencia de las montañas, cómo nos atrapa el colorido que la naturaleza nos brinda a cada instante! Escucho el ruido de una motosierra y pienso con tristeza que estos parajes están condenados a convertirse en potreros. Miro con pesar el proceso irrefenable que destruye la vegetación de Guaduas. Creo que los seres humanos estamos condenados aarrasar aquello que nos brinda la vida y nos aproxima a la eternidad.
Aspiro el aire fresco de la mañana y me regocijo con la belleza del paisaje. Se me ocurre pensar que las religiones monoteístas -en sus diferentes vertientes -han dejado de lado el respeto y la adoración por la naturaleza- para qué aludir a la vocación del capitalismo por la ganancia inmediata-. Al fin y al cabo, piensan, somos pasajeros en tránsito hacia otro mundo, perfecto y eterno. Qué importa este mundo imperfecto, tan terrenal y tan descompuesto.
A veces me gusta imaginar que en lo más profundo y enmarañado del monte, habitan unos seres generosos cuya única misión consiste en regocijarse con la riqueza y el esplendor de la naturaleza. Su poder radica en saber que la contempación más bella nace del hecho simple de que al ver la flor, nada se interpone entre ella y el que la observa. Cada experiencia es un acto de desprendimiento mental, un ejercico de transformación en el que se fusionan dos objetos. Por eso nos es imposible verlos.
Lo anterior no significa que desprecie el paisaje urbano. Desde lo alto deBuenavista descubro el secreto hilo que une la naturaleza con el mundo que el ser humano construye para su bienestar. No hay escenario más complejo y diverso que el urbano y los cambios sociales se producen allí, en ese artilugio de símbolos provocativos-la ciudad-. Lo que lamento es la ausencia de respeto y cuidado por el paisaje esencial, el que hace posible la vida. De nada sirven los complejos urbanísticos sin agua pura.
Guaduas ha tenido un crecimiento urbanístico amplio, lo que ha determinado que sectores antaño rurales formen ahora parte de la zona urbana. Desde Buena vista se observa el barrio de Los Virreyes, que ocupa un área extensa del municipio, y el barrio La Alborada ha empujado el crecimiento de vivienda hacia el sector noroccidental. Es inevitable la expansión de la vivienda en un municipio con un clima excepcional, a pocas horas de Bogotá. Sólo aspiro a que la montaña de Paramillo se conserve por ser la zona que nos regala el aire puro que respiramos todos los días.
Regreso de nuevo a la villa. Hay bullicio en las calles. Los negocios abren sus puertas. Los niños se dirigen a sus centros escolares. La brisa que me acarició en la loma se ha venido curiosa al pueblo. Un sentimiento de euforia me invade al saber que este planeta móvil todavía conserva-de manera precaria- la savia que hace posible la vida. Al llegar al Camellón Real observo dos canarios sobre las cuerdas de la luz. Pienso que nada mejor que esta visión tan sintética de lo que significa la interacción de lo natural con el ser humano.
Me detengo y contemplo la montaña que se levanta majestuosa a lo lejos- La de Paramillo-, diosa exuberante que lanza bocanadas de aire puro. El frío suave me invade y una ventana se abre a los pensamientos más íntimos, los que nos recuerdan que formamos parte de la naturaleza. A lado y lado del camino, una vegetación en partes frondosa, en otras, apenas potreros. Pasa una moto ruidosa y los pájaros vuelan asustados. El camino es una herida que se ha abierto a la montaña, señal del progreso, disparo certero que atina al corazón del bosque. Escondido, un cauce seco por el que hace muchos años corría un riachuelo discreto, que en invierno retoma el cauce y nos deleita con el sonido refrescante del agua al correr.
!Qué misterios esconde el monte, cómo nos seduce la imponencia de las montañas, cómo nos atrapa el colorido que la naturaleza nos brinda a cada instante! Escucho el ruido de una motosierra y pienso con tristeza que estos parajes están condenados a convertirse en potreros. Miro con pesar el proceso irrefenable que destruye la vegetación de Guaduas. Creo que los seres humanos estamos condenados aarrasar aquello que nos brinda la vida y nos aproxima a la eternidad.
Aspiro el aire fresco de la mañana y me regocijo con la belleza del paisaje. Se me ocurre pensar que las religiones monoteístas -en sus diferentes vertientes -han dejado de lado el respeto y la adoración por la naturaleza- para qué aludir a la vocación del capitalismo por la ganancia inmediata-. Al fin y al cabo, piensan, somos pasajeros en tránsito hacia otro mundo, perfecto y eterno. Qué importa este mundo imperfecto, tan terrenal y tan descompuesto.
A veces me gusta imaginar que en lo más profundo y enmarañado del monte, habitan unos seres generosos cuya única misión consiste en regocijarse con la riqueza y el esplendor de la naturaleza. Su poder radica en saber que la contempación más bella nace del hecho simple de que al ver la flor, nada se interpone entre ella y el que la observa. Cada experiencia es un acto de desprendimiento mental, un ejercico de transformación en el que se fusionan dos objetos. Por eso nos es imposible verlos.
Lo anterior no significa que desprecie el paisaje urbano. Desde lo alto deBuenavista descubro el secreto hilo que une la naturaleza con el mundo que el ser humano construye para su bienestar. No hay escenario más complejo y diverso que el urbano y los cambios sociales se producen allí, en ese artilugio de símbolos provocativos-la ciudad-. Lo que lamento es la ausencia de respeto y cuidado por el paisaje esencial, el que hace posible la vida. De nada sirven los complejos urbanísticos sin agua pura.
Guaduas ha tenido un crecimiento urbanístico amplio, lo que ha determinado que sectores antaño rurales formen ahora parte de la zona urbana. Desde Buena vista se observa el barrio de Los Virreyes, que ocupa un área extensa del municipio, y el barrio La Alborada ha empujado el crecimiento de vivienda hacia el sector noroccidental. Es inevitable la expansión de la vivienda en un municipio con un clima excepcional, a pocas horas de Bogotá. Sólo aspiro a que la montaña de Paramillo se conserve por ser la zona que nos regala el aire puro que respiramos todos los días.
Regreso de nuevo a la villa. Hay bullicio en las calles. Los negocios abren sus puertas. Los niños se dirigen a sus centros escolares. La brisa que me acarició en la loma se ha venido curiosa al pueblo. Un sentimiento de euforia me invade al saber que este planeta móvil todavía conserva-de manera precaria- la savia que hace posible la vida. Al llegar al Camellón Real observo dos canarios sobre las cuerdas de la luz. Pienso que nada mejor que esta visión tan sintética de lo que significa la interacción de lo natural con el ser humano.