Cuando viajamos a alguna región o país donde se habla un idioma distinto del propio, aparece una barrera infranqueable que impide la comunicación plena, esa suerte de LOST IN TRANSLATION que aparte de los múltiples malentendidos niega la posibilidad de comprender en profundo las sutilezas de las interacciones, costumbres y tendencias de una cultura.
Cuando el avión desciende y se vislumbran las montañas, el mar y la ciudad, la curiosidad nos asedia. Esa ciudad, tantas veces vista en el cine y en la tele, descrita en tantos libros y hablada tantas veces surge ante nuestros ojos, abigarrada, desordenada, nuestros ojos quieren verlo todo, sentirlo todo y de repente, el idioma: mensajes incomprensibles, frases que nos parecen ruido, allí una mujer dice algo a su niño, las personas pasan raudas y el sinfín de sonidos nos confunde.
A medida que nos adentramos en la ciudad surgen ante nuestros ojos arquitecturas novedosas, sistemas de transporte peculiares, bazares, mercados donde se ofrecen productos desconocidos y aparece el deseo de hacer preguntas, de dialogar sin pausa, son tantas las cosas que se quieren saber y de nuevo ese idioma que no hablamos nos cierra la posibilidad de conocer de primera fuente razones, descripciones, opiniones. Acudimos entonces al inglés-eso creemos- y la cuestión empeora: Ese señor que nos responde-en inglés, se supone-entona las frases con un ritmo y un acento tan extraño que quedamos fríos,no entendemos, las manos se convierten en nuestras aliadas, una que otra palabra o frase comprendemos y al final comprobamos que no nos hemos comunicado bien. Y reconocemos que nuestro inglés debe parecerle a esa persona una lluvia de piedras, gracias al gusto obsesivo del idioma español por golpear todas las sílabas-colombienglish-.
Temprano en la mañana nos sentamos en una cafetería a mirar a las personas que caminan con paso presuroso hacia el metro o la estación del bus. ¿Tendrán las mismas preocupaciones y afanes nuestros? ¿Hablarán de cosas parecidas a las nuestras? ¿ Gozarán con cosas semejantes a las nuestras?
Cuando leemos un haiku traducido del inglés o del francés sabemos que parte de su esencia se ha perdido porque las lenguas poseen particularidades que las hacen distintas y en el proceso de volcar ese poema a nuestra lengua forzamos su esencia para ajustarlo a un continente de topografías diferentes. Igual sucede con el viaje. Rozamos la superficie de un mundo que está ahí, sin lograr adentrarnos de verdad en las profundidades y vericuetos de las culturas vistas.
Un idioma extranjero semeja aquellos senderos que al inico del camino parecen conducirnos sin problemas al lugar del destino. Poco a poco, el follaje se acrecienta, el camino se borra, surgen precipicios inesperados, el monte parece devorarnos, cada paso es una encrucijada. Confiamos tanto en las palabras, que nos sentimos desolados sin ellas. Aquella mujer que viste muy elegante y que nos mira con desdén, ¿qué diablos hará de su vida? ¿será su voz una cascada ruidosa o su semblante es máscara que oculta un torrente de ternura?
Martín Amis, a propósito de Christopher Hitchens, a quien llama "...uno de los retóricos más intimidantes que el mundo ha visto", señala que "la mayoría de nosotros reinamos sobre un caos de vestigios de piedad y prejuicios, inhibiciones casi subliminales, tabúes e instintos de manada, algunos antiguos y otros dinámicamente contemporáneos.." (El malpensante no. 120). Las barreras idiomáticas nos impiden traspasar, cuando viajamos, la puerta de la habitación en la que se acomoda ese caos.
Para quien no domina la lengua del país al cual se viaja, la visita parece un bote en el mar, ignorante del mundo que se desenvuelve en el fondo marino. Y sin embargo, qué regocijo el arribar a una tierra nueva y extasiarse con lo que nuestros ojos descubren a cada momento.
Un bocado de la fruta, un esbozo del cuadro.
Cuando el avión desciende y se vislumbran las montañas, el mar y la ciudad, la curiosidad nos asedia. Esa ciudad, tantas veces vista en el cine y en la tele, descrita en tantos libros y hablada tantas veces surge ante nuestros ojos, abigarrada, desordenada, nuestros ojos quieren verlo todo, sentirlo todo y de repente, el idioma: mensajes incomprensibles, frases que nos parecen ruido, allí una mujer dice algo a su niño, las personas pasan raudas y el sinfín de sonidos nos confunde.
A medida que nos adentramos en la ciudad surgen ante nuestros ojos arquitecturas novedosas, sistemas de transporte peculiares, bazares, mercados donde se ofrecen productos desconocidos y aparece el deseo de hacer preguntas, de dialogar sin pausa, son tantas las cosas que se quieren saber y de nuevo ese idioma que no hablamos nos cierra la posibilidad de conocer de primera fuente razones, descripciones, opiniones. Acudimos entonces al inglés-eso creemos- y la cuestión empeora: Ese señor que nos responde-en inglés, se supone-entona las frases con un ritmo y un acento tan extraño que quedamos fríos,no entendemos, las manos se convierten en nuestras aliadas, una que otra palabra o frase comprendemos y al final comprobamos que no nos hemos comunicado bien. Y reconocemos que nuestro inglés debe parecerle a esa persona una lluvia de piedras, gracias al gusto obsesivo del idioma español por golpear todas las sílabas-colombienglish-.
Temprano en la mañana nos sentamos en una cafetería a mirar a las personas que caminan con paso presuroso hacia el metro o la estación del bus. ¿Tendrán las mismas preocupaciones y afanes nuestros? ¿Hablarán de cosas parecidas a las nuestras? ¿ Gozarán con cosas semejantes a las nuestras?
Cuando leemos un haiku traducido del inglés o del francés sabemos que parte de su esencia se ha perdido porque las lenguas poseen particularidades que las hacen distintas y en el proceso de volcar ese poema a nuestra lengua forzamos su esencia para ajustarlo a un continente de topografías diferentes. Igual sucede con el viaje. Rozamos la superficie de un mundo que está ahí, sin lograr adentrarnos de verdad en las profundidades y vericuetos de las culturas vistas.
Un idioma extranjero semeja aquellos senderos que al inico del camino parecen conducirnos sin problemas al lugar del destino. Poco a poco, el follaje se acrecienta, el camino se borra, surgen precipicios inesperados, el monte parece devorarnos, cada paso es una encrucijada. Confiamos tanto en las palabras, que nos sentimos desolados sin ellas. Aquella mujer que viste muy elegante y que nos mira con desdén, ¿qué diablos hará de su vida? ¿será su voz una cascada ruidosa o su semblante es máscara que oculta un torrente de ternura?
Martín Amis, a propósito de Christopher Hitchens, a quien llama "...uno de los retóricos más intimidantes que el mundo ha visto", señala que "la mayoría de nosotros reinamos sobre un caos de vestigios de piedad y prejuicios, inhibiciones casi subliminales, tabúes e instintos de manada, algunos antiguos y otros dinámicamente contemporáneos.." (El malpensante no. 120). Las barreras idiomáticas nos impiden traspasar, cuando viajamos, la puerta de la habitación en la que se acomoda ese caos.
Para quien no domina la lengua del país al cual se viaja, la visita parece un bote en el mar, ignorante del mundo que se desenvuelve en el fondo marino. Y sin embargo, qué regocijo el arribar a una tierra nueva y extasiarse con lo que nuestros ojos descubren a cada momento.
Un bocado de la fruta, un esbozo del cuadro.
Pienso que el idioma además de servir de vínculo en una comunidad es el cofre que guarda los tesoros mas valiosos de un pueblo, una nación, una región, etc.y que solo viviendo y apropiándose de ella, nos ganamos el privilegio de descubrirlos. Ningún ser humano por estudiar o conocer el manejo de una lengua es capaz de acercarse suficientemente a una cultura, conocer sus leyendas, sus historias o todo aquello que conforma su identidad. Pienso, Dago, que el mundo es tan variado como sus regiones, como sus pueblos, sus veredas eincluso sus familias y que nunca por mas universales que nos volvamos por nuestros estudios, viajes o visitas, nos podemos considerar cosmopolitas, pero si podemos sentirnos muy afortunados si logramos conocer nuestra cultura y sentirnos orgullosos de ella para promocionarla y darla a conocer a muchas comunidades del mundo.
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