No recuerdo el lugar de la fiesta. Tal vez fue en casa de Gloria; tenía entonces dieciséis años y una timidez centenaria. Fui porque a Manuel le parecío imposible que dejara de asistir a una rumba donde escucharíamos a Richie Ray y a Bobby Cruz. Y por supuesto, las chicas (confieso que no era yo el objeto de su interés).
En las fiestas se tiene establecido un orden y una jerarquía determinados por la posición social y económica, lo que hace difícil para los que ocupan los rangos más bajos acceder a las delicias y encantos de las jovencitas.
En realidad, no me interesaban las novedades musicales. A Richie lo escuchaba en la radio, de la mano y los comentarios de Miguel Granados Arjona. De las chicas, me atraía todo.
Existía en aquella época-años setenta- cierta actitud liberadora, un aire de "yo soy distinto" , y una de las maneras de serlo consistía en despreciar la música de Pastor López y todos los grupos a los que denominábamos " el combo del chucuhuco". La onda era la salsa, compleja, exquisita, llena de experimentación y riesgo-eso decíamos-.
A mi me gustaba Miriam. Picarona, dulce, con su cola de caballo y sus vestidos de flores.
La minifalda llegó en los sesenta y se quedó para siempre. Dos estilos se impusieron: la ceñida y la rotonda.
En cierta ocasión, Miriam me contó que ella rellenaba con piedritas el dobladillo de su vestido para que el viento no pudiera alzarlo. Esa noche imaginé que por un extraño fenómeno natural desaparecía todo vestigio de guijarros y el viento campeaba a sus anchas .
Nada más triste que una fiesta en la que la chica a la que deseamos se entretiene con otros y pareciera que somos ánimas perdidas, sin deudo.
Sentado junto al DJ con una cocacola que logré robarme en un descuido de la dueña de casa, miraba a Miriam bailar alborozada, en brazos de rivales más curtidos y prestigiosos. Era la reina de la fiesta y yo ni siquiera alcanzaba el grado de bufón del rey-digo, de la reina-. Con cierta regularidad veía entrar a la cocina a los invitados especiales, quienes salían limpiándose la boca, relamidos de gusto.
Los temporales, las hojarascas, los huracanes son dioses encargados de imponer un nuevo orden, una nueva disposición de las cosas.
A las 10 p.m., cual Cenicienta retro, entró a la sala una chica despampanante, de la mano de un desconocido. Saludó a Gloria y luego a la pista de baile.
Una borrasca, por ejemplo, agita los tejados de las casas, dobla las ramas de los árboles, derriba cuerdas de la luz.
A partir de ese momento, todos los jóvenes dejaron de atender a sus amigas. Las miradas recorrían febriles el cuerpo de la chica voluptuosa que más que bailar rendía un homenaje abierto a la sensualidad desbocada.
Pasado el temporal vienen los arreglos.
Debo decir que Miriam se fue pronto para su casa. Pocos notaron su ausencia- uno de ellos, quien les cuenta-. Ni más faltaba, pues tuve el privilegio de acompañarla a su morada, y darle un cálido beso de buenas noches y recibir una promesa de un "tal vez" que me pareció un canto de ángeles.
Todavía recuerdo a esa joven que como una aparición encendió los deseos de los hombres y permitió que otra joven, herida en su orgullo, se dignara descender a los confines de Barataria.
¡Ah! Alguien, en un descuido, se robó tres acetatos de Richie y una libra de carne que se había dispuesto para la picada de los invitados especiales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario