¡ UNA CERVEZA, POR FAVOR!
-Una cerveza- pide la mujer en la tienda de Arnulfa. Con disimulo la miro. Sesenta años tal vez, delgada, canosa y de voz enérgica. Luce un vestido sencillo, de pliegues. Toma la cerveza y su rostro se transforma. Bebe un sorbo largo, descansa y arranca para el siguiente. Cuatro enviones y la cerveza desaparece de la botella. Saca de un monedero un billete arrugado y unas monedas, paga, da las gracias y se va. ¿Vivirá con algún hombre? ¿tendrá familia? No lo sé. Le pregunto a Alejandra. Ella tampoco lo sabe.
Arnulfa me dice que la mujer viene una vez a la semana a tomarse su cerveza. El deleite en su rostro me sorprende. Cada sorbo parece brindarle un placer exquisito, silencioso. No habla mientras bebe su Aguila. Sólo su cara expresa la dulce y gozosa alegría, el inmenso placer que recorre su cuerpo, la provocación de las burbujas en su lengua. Se despide y no sé adónde va. Tal vez a su casa y me pregunto qué dirá su familia, si la tiene. -De aquí arranca para otra tienda-me comenta Arnulfa. La miro y ella continúa- a beberse otra cerveza-. Una en cada tienda, como si una sola cerveza fuera la medida exacta para el placer momentáneo. ¿Cuántas tiendas recorrerá la mujer?
Curioso periplo etílico, sin compañía ni música. ¿Qué cosas pensará esta mujer? No es el despecho el motivo. Tal vez no ha escuchado la queja machista del ranchero que canta : por`ai dejé la botella/donde me bebí tu amor/alguien se quedó con ella/pero yo pa`que la quiero/ si ya me bebí lo mejor.
Dichosa esta mujer que hace uso de su sagrado derecho a beber sin compañía, y que hace del recorrido un ejercicio placentero cuyo fin supremo consiste en apurar con deleite el líquido de cebada.¡ salud!
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