El título lo tomé de una frase de la novela de Rafael Baena, TANTA SANGRE VISTA. Como quien presencia la erupción de un volcán, así me sentí al leer IMPERIO, el libro de relatos de KAPUSCINSKI, desgarrador reportaje sobre la Unión Soviética, testimonio del fin de una locura que causó millones de muertos, trazó una geopolítica infame a costa de las desgracias de los pueblos que la componían, y por medio del terror y el miedo construyó un sistema de esclavos. Tanta sangre derramada.
En particular, leí asombrado la manera como el mar Aral se convirtió en desierto, por las políticas económicas del Soviet:
El comienzo de la catástrofe se remonta a los años sesenta. A partir de aquel momento, sólo hicieron falta dos décadas para convertir en desierto las tierras fértiles de Uzbekistán. Primero trajeron bulldozers de toda la geografía del Imperio. Las recalentadas cucarachas de metal se dispersaron a lo largo y ancho de las llanuras arenosas. Empezando por las orillas del Syr -daria y del Amud- Daria, los mastodontes de acero se pusieron a excavar en la arena profundas cunetas y grietas por las que , posteriormente se dio salida al agua. Teniendo en cuenta que la longitud de ambos ríos suma nada menos que 3.662 kilómetros, debieron de haber excavado un número impresionante de tales cunetas( que, por otra parte, siguen excavándose hasta hoy). A lo largo de estos canales, los koljozianos debían plantar algodón. Al principio lo hacían en los eriales del desierto, pero, como la fibra blanca seguía sin satisfacer la demanda, las autoridades ordenaron entregar al algodón campos de otros cultivos, jardínes y huertos. No resulta difícil imaginarse la deseperación de los campesinos al verse privados de todo cuanto poseían: una mata de grosello, un albaricoquero, un retazo de sombra. En las aldeas se sembraba algodón en todas partes: delante de las casas, en los caballones donde antes crecían flores, en los patios y junto a las cercas. Lo plantaban en lugar de tomates y cebollas, en lugar de olivos y sandías. Aviones y helicópteros sobrevolaban aquellos pueblecitos hundidos en el algodón, tirando sobre ellos aludes de abonos químicos: nubarrones de pesticidas tóxicos. La gente se ahogaba, no tenía con qué respirar, se quedaban ciegos.
...
En los últimos veinte años el Mar de Aral, que ni tan siquiera se divisa desde Muinak, ha perdido una tercera parte de su superfice. Hay quienes estiman que se ha reducido en una mitad. lo cierto es que el nivel del agua ha bajado trece metros.El desierto en que se ha convertido el antiguo fondo marino alcanza ya los tres millones de hectáreas. Las constantes ventiscas y tormentas de arena que se producen en este desierto cada año arrojan al ambiente setenta y cinco millones de toneladas de sales y otros venenos, procedentes de los abonos químicos que en su tiempo trajeron hasta aquí los ríos.
De relatos como éste está lleno el libro de Kapuszinski. Y las similitudes con historias de otros lugares nos hacen pensar que la la mala leche de la codicia es universal y los efectos sociales y ecológicos causan una profunda y letal herida a la humanidad.
Los invito a disfrutar este libro, a maravillarse con una prosa mágica que nos devela un universo aterrador.
En particular, leí asombrado la manera como el mar Aral se convirtió en desierto, por las políticas económicas del Soviet:
El comienzo de la catástrofe se remonta a los años sesenta. A partir de aquel momento, sólo hicieron falta dos décadas para convertir en desierto las tierras fértiles de Uzbekistán. Primero trajeron bulldozers de toda la geografía del Imperio. Las recalentadas cucarachas de metal se dispersaron a lo largo y ancho de las llanuras arenosas. Empezando por las orillas del Syr -daria y del Amud- Daria, los mastodontes de acero se pusieron a excavar en la arena profundas cunetas y grietas por las que , posteriormente se dio salida al agua. Teniendo en cuenta que la longitud de ambos ríos suma nada menos que 3.662 kilómetros, debieron de haber excavado un número impresionante de tales cunetas( que, por otra parte, siguen excavándose hasta hoy). A lo largo de estos canales, los koljozianos debían plantar algodón. Al principio lo hacían en los eriales del desierto, pero, como la fibra blanca seguía sin satisfacer la demanda, las autoridades ordenaron entregar al algodón campos de otros cultivos, jardínes y huertos. No resulta difícil imaginarse la deseperación de los campesinos al verse privados de todo cuanto poseían: una mata de grosello, un albaricoquero, un retazo de sombra. En las aldeas se sembraba algodón en todas partes: delante de las casas, en los caballones donde antes crecían flores, en los patios y junto a las cercas. Lo plantaban en lugar de tomates y cebollas, en lugar de olivos y sandías. Aviones y helicópteros sobrevolaban aquellos pueblecitos hundidos en el algodón, tirando sobre ellos aludes de abonos químicos: nubarrones de pesticidas tóxicos. La gente se ahogaba, no tenía con qué respirar, se quedaban ciegos.
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En los últimos veinte años el Mar de Aral, que ni tan siquiera se divisa desde Muinak, ha perdido una tercera parte de su superfice. Hay quienes estiman que se ha reducido en una mitad. lo cierto es que el nivel del agua ha bajado trece metros.El desierto en que se ha convertido el antiguo fondo marino alcanza ya los tres millones de hectáreas. Las constantes ventiscas y tormentas de arena que se producen en este desierto cada año arrojan al ambiente setenta y cinco millones de toneladas de sales y otros venenos, procedentes de los abonos químicos que en su tiempo trajeron hasta aquí los ríos.
De relatos como éste está lleno el libro de Kapuszinski. Y las similitudes con historias de otros lugares nos hacen pensar que la la mala leche de la codicia es universal y los efectos sociales y ecológicos causan una profunda y letal herida a la humanidad.
Los invito a disfrutar este libro, a maravillarse con una prosa mágica que nos devela un universo aterrador.
la mala leche de la condicion humana????
ResponderEliminarEsto me hace pensar en la forma indiscriminada como algunos sectores económicos arrasan con las fuentes hídricas en pos del progreso.