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sábado, 24 de mayo de 2025

 


EL PEPE

Me llaman la atención los comportamientos sociales alrededor de la muerte de alguien. Desde las actitudes, los gestos, los silencios, los rezos, las flores, los abrazos, los sollozos, los chistes, los comentarios acerca del difunto. El voz a voz actúa de manera eficiente y el fallecimiento se convierte en tema de conversación. Cuando un personaje famoso muere, asumo que pasa igual que  con los del común. Los rituales establecidos amplificados por los medios de comunicación, las frases  y ceremonias pomposas. Pocas veces un muerto suscita tanta emoción y tanta admiración como ocurrió a raíz del deceso de Pepe Mujica.

Acostumbrados como estamos a relacionar el poder con la corrupción, la violencia, la crueldad, la soberbia, despedimos a un hombre que "vivió como pensó". Y pensó no en favor de sus intereses, sino en el bienestar de su país, en la lucha contra la pobreza, los derechos de las minorías, en el perdón como manera de cerrar capítulos oprobiosos de la historia de Uruguay. 


Fue guerrillero, estuvo preso muchos años, sufrió torturas, aislamiento, fue herido de bala, amnistiado, fue senador y presidente de la república oriental. Se trasladaba en su carro viejo, rehusó vivir en el palacio presidencial y todos los días viajaba  a su finca de cincuenta hectáreas, buena parte de la cual cedió a sus trabajadores. Y dedicó  su sueldo a apoyar causas sociales. Esas cosas nos sorprenden porque muy pocos son capaces de vivir sin empeñar sus bienes y su corazón a los dictados del capitalismo. 

Guardó independencia frente a los poderes,  cuestionó a Maduro y a Cristina Christner- no soportaba el arribismo estridente de la señora-, mantuvo relaciones cordiales y evitó una política de ajuste de cuentas con los militares de la dictadura.  Fue un crítico acérrimo de los valores capitalistas y exhortó a los jóvenes a no perder sus sueños, a procurar vivir en un ambiente equilibrado.  


Cuando Mujica hablaba, había un respeto enorme pues no era de los de doble faz. Se equivocó, cometió errores, pero nunca fue un farsante. Era de hablar lento, de caminar lento. Era su hogar el refugio donde podía charlar y cultivar crisantemos con su esposa, Lucía Topolansky, compañera de luchas, allá en Rincón del Cerro, a 15 kilómetros de Montevideo. Lloraron largo por la muerte de su perra Manuela.

Decía: "No me voy, estoy llegando". El 13 de mayo de 2025, terminó el viaje de quien supo vivir de acuerdo con sus principios de luz en una época de oscuridad.

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