Hace ya bastante tiempo era un asunto infaltable, en medio del calor de las reuniones, escuchar, de la voz de un declamador enternecido, varios poemas considerados el summun de la lírica, entre ellos "Reír llorando", de Juan de Dios Peza, político y poeta mexicano. Garrick, el personaje del poema, era un héroe popular: "Era el mas gracioso de la tierra y el mas feliz" y era tal su encanto que "víctimas del spleen, los altos lores/ en sus noches mas negras y pesadas/iban a ver al rey de los actores/ y cambiaban su spleen en carcajadas".
Un día llega al consultorio de un médico "un hombre de mirar sombrío:/ Sufro, le dijo, un mal tan espantoso/ como esta palidez del rostro mío". El médico le aconseja viajar, leer, amar a una mujer, pero el hombre señala que todo eso ha hecho; así que el médico saca la fórmula infalible: "Tomad por receta este consejo:/ solo viendo a Garrick podréis curaros/¿A Garrick?/ Sí, a Garrick...la mas remisa/ y austera sociedad le busca ansiosa; / todo aquel que lo ve, muere de risa:/tiene una gracia artística asombrosa". El hombre, , desolado, responde:
"Así- dijo el enfermo- no me curo;/ ¡Yo soy Garrick!...Cambiadme la receta".
Si Garrick hubiera vivido en esta época, yo podría aconsejarle para su tedio de la vida, una consulta filosófica, de la mano de profesionales del pensamiento. Esta práctica ha ganado fuerza en muchos lugares:
El pasado diciembre, la revista The New Yorker publicó un reportaje acerca de una profesión que ha operado durante años en la sombra: la consulta filosófica. Es tal como suena: un cliente se presenta en la consulta de un filósofo y le cuenta sus dudas existenciales. El desarrollo de la sesión varía significativamente según el consultor elegido. No trata problemas de salud mental, sino que ayuda al paciente a reflexionar sobre cuestiones filosóficas profundas, como el sentido de la vida, la ética o la libertad (Daniel Soufi, El País).
No hay comentarios:
Publicar un comentario