LA MEMORIA Y EL PLACER
Atrás han quedado los días en que el oficio principal de los estudiantes consistía en repetir sin pausa las lecciones aprendidas de memoria. De las hojas del cuaderno a la cabeza y de allí al recinto escolar, en cascadas de palabras hilvanadas que fluían sin pausa ante la mirada severa del profesor o profesora, regla en mano, atentos a cualquier desliz de la memoria.
Poemas, lecciones de historia y geografía, enumeraciones de plantas y partes del cuerpo humano, mandamientos y proverbios constituían el arsenal pedagógico por el que respondía el estudiante. Además, la entonación apropiada para cada lección y cada circunstancia, el gesto teatral para los retruécanos, la poesía y la historia patria. Se entendía así que existía un mundo irreprochable al cual solo quedaba rendirle el reconocimiento a través de la repetición.
La memoria. Desprestigiada hoy, perseguida y convertida en burlesco de las nuevas pedagogías. Funes el memorioso sufre en una mazmorra virtual, condenado al suplicio del silencio. Se carga, además, en un bolsillo, alejada de su antiguo entorno natural, el cerebro. Al rechazo de la memoria se opone la vacuidad de los discursos sin textura. El balbuceo adquirió patente de corso y la elocuencia es vista como una hierba rara.
Yo reivindico la memoria y esgrimo y golpeo mi cacerola en su defensa. Causa perdida, por supuesto, oficio vano y tonto, dicen los mas. Hago un llamado desde este blog a los románticos incurables, minoría ingenua-nos espetan-, eternos soñadores de palabras vertidas desde lo mas profundo de las neuronas. Cuando el ocaso nos revela el misterio de la noche, afloran los pensamientos forjados en arduas mañanas de copiado y memorización, convertidos en sutiles argumentos y provocativos relatos, adosados por la cita precisa que la memoria reconstruye.
Reducidos a los míseros espacios de un café, un bar sórdido, un parque o una playa, los memoriosos sabemos la eficacia de un poema para enamorar, de una palabra para sorprender, de una frase para rematar cualquier disputa. Enemigos de las mediaciones de un celular, los memoriosos ejercemos el acto mas revolucionario de todos: hablar sin intermediarios, estimular el cerebro a recomponer los datos para producir ingenio, humor.
El memorioso no rehuye la provocación del paisaje, de la mirada tierna, de las preguntas esenciales. Sorprendido, busca en su archivo personal y declama:
Lo mismo que si el mar se retirase/dejando ver un mar aun mas lejano/ y este a su vez igual con otro mar/ siendo los tres tan solo conjeturas/ de otros mares posibles/ que no tiene orillas/ todos ellos al borde todavía/ de mares no nacidos/eso es eternidad.(Emily Dickinson).
El memorioso retiene como un tesoro el secreto de una buena conversación: un dejarse llevar por los recuerdos, una asociación libre que conecta la emoción con los versos del poeta. Fluye la palabra y el aire se impregna de misterios, de dulces y secretas provocaciones.
Memoria amiga, cómplice y amante eterna. Así que dejo que mi memoria rebusque en el baúl de las bellas sorpresas y me regale este poema de Walt Whitman, para solaz del cuerpo y del espíritu:
Creo que una hoja de hierba no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación mas pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,
supera a todas las estatuas,
y que un ratón es un milagro suficiente,
como para hacer dudar,
a seis trillones de infieles.