EL VIAJERO
"Melquíades, el gitano de Cien Años de Soledad, representa esa idea del viajero casi sobrenatural, cargado de maravillas", nos cuenta Juliana González-Rivera en su libro La Invención del viaje. El viajero regresa con las novedades del mundo y sus relatos despliegan historias de mundos exóticos, de seres fantásticos, de aventuras descabelladas.
Hace muchos años, en época de ferias, llegaban a Guaduas los gitanos. Eran la novedad con sus caballos arreglados, las cíngaras hermosas y coquetas dispuestas a descubrirnos el futuro escondido en las cartas. Cuántas mujeres perdieron la cabeza por un apuesto gitano curtido en hazañas y amores, cuántos ganaderos fueron engañados por la retórica calé y por su habilidad para convertir un jumento en brioso corcel.
Del que regresa, esperamos sus historias novedosas y los presentes provenientes de lugares que al nombrarlos nos remiten a geografías de ensueño. Esa mujer, ese hombre que retornan traen consigo el secreto que solo otorga el viaje. Hace muchos años, un buen número de guadueros formaron parte de la Flota Mercante Grancolombiana y fueron ellos los cronistas de un mundo desconocido. Rusia, Alemania, China, el Medio Oriente eran nombres que en sus labios parecían estar a la vuelta de la esquina. Y sus casas exhibían los aparatos sofisticados traídos del Japón, de Estados Unidos, de España y de tantos lugares del planeta.
El viajero, casi por definición, ha sido respetado, popular, influyente. Sus hazañas se han convertido en leyenda. A los comerciantes se les admiraba por las cosas exóticas que traían al regreso; a los supervivientes de un naufragio, por su resistencia a los castigos de la naturaleza; y a los peregrinos por la santidad que les confería su penitencia (Juliana González. La invención del viaje).
El viaje posee el encanto de dotarnos de alas para movernos por lugares alejados de las leves fronteras del terruño, de regalarnos la poesía de la sorpresa y de los encuentros y brindarnos la oportunidad para tomar distancia de las personas y objetos que componen nuestro redil.
Ser un viajero del mundo interior o un trotamundos, explorar los sentidos del movimiento, atrapar las tentaciones de lo nuevo, buscar a Tombuctú o perderse en una calle polvorienta de un pueblo escondido entre montañas, aprender y desaprender, huir de la rutina son los motivos del viajero.
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