MAQUILLAJE Y CONQUISTA
La lectura de Memorias de una geisha, la novela de Arthur Golden,vino a satisfacer la curiosidad de los lectores occidentales, anhelantes de conocer el exotismo que por décadas ha alimentado la idea que poseemos sobre Japón. El libro se vendió bien y durante un buen tiempo nos motivó a dialogar sobre la magia que encierra un oficio tan propio del mundo oriental, a la vez que desnudó el trasfondo existente en una profesión que está a punto de desaparecer.
Disfruté la lectura del libro, lo presté a varios amigos y cuando se hizo la versión al cine, me desencanté ante la pobreza del relato cinematográfico. En fin, de samurais y geishas hemos recibido periódicamente la cuota que alimenta nuestra visión-muchas veces estereotipada del Japón-, por lo general de autores occidentales que, imagino, saben el enorme atractivo de estos temas.Y de la lectura de Memorias... gocé sobremanera las descripciones de los rituales del maquillaje y la ropa, arquitectura sutil que refleja un mundo ya desaparecido.
He relatado la curiosidad que me causa ver a las mujeres maquillarse en lugares y situaciones muy particulares: en un carro, en un ascensor, en la calle, a diversas horas del día. Oservo la pericia con que utilizan los diversos elementos, la sutiliza con que oprimen los labios para asentar el rouge. Es una experiencia , a mi juicio, fascinante. Igual que la perplejidad que me produce el sentido colectivo en el uso de los baños públicos por parte de las mujeres. Conversaciones que vienen y van, un arreglo al maquillaje, el ajuste de alguna prenda desubicada, todo entre risas y comentarios que llenan el ambiente de complicidad.
Ha sido una práctica universal el afeite, el adorno de rostros y cuerpos. Las fotos a partir de la segunda son de un grupo tribal africano. Admiro la belleza y el sentido integrador con la naturaleza, la magia del barniz que transforma rostros y cuerpos en paisajes andantes.
Cuando asisto a una fiesta, me deleito contemplando las formas variadas que produce el maquillaje en las mujeres. Cabellos sometidos a cepillo, planchas, ojos delineados con el rigor de un dibujante, labios que se muestran provocativos y diversos por la gama de colores. Y los infaltables aretes, los collares y pulseras. ¡ Toda una transformación!
A los seres humanos nos produce placer el arreglo corporal. Es, en cierta forma, una estrategia de conquista, al igual que una manera de reforzar nuestro amor propio. Ante el espejo, cada persona observa y ve cosas que los demás no ven, y actúa para desenvolverse con propiedad en ocasiones futuras. El maquillaje significa una manera de cambiar de piel, un ritual cuyo fin último nos aproxima a la seducción. Y a alimentar el amor propio.
De igual forma, cala hondo en los ámbitos urbanos el gusto por los tatuajes, práctica milenaria que otorga identidad grupal y posibilita una forma contemporánea de arte corporal. Organizaciones delictivas como la Salva maratrucha en Centroamérica y la yakuza japonesa se caracterizan por los tatuajes que los distinguen socialmente. El cuerpo se convierte en campo de experimentación y vitrina que exhibe los imaginarios sociales, siempre cambiantes.
Cae la noche. La mujer se maquilla con suavidad, se mira al espejo, se maravilla ante la transformación que se refleja en el espejo. Está hermosa. Sabe que esa noche él caerá rendido a sus pies. Imagina los besos que se robarán su rouge, las caricias que desnudarán su piel. La otra piel.
Cuando cumplí veinte, pensé: envejecer es irse quitando capas de prejuicios; cuando se es joven se es más fuerte y se necesita menos maquillaje externo, pero hay más capas de inseguridad e incertidumbre.
ResponderEliminarCuando cumplí veinticinco, pensé: envejecer es darse cuenta de que todas las barreras se las pone uno mismo. El problema es decidir cuál es el camino que uno quiere seguir, y qué tanto se deja distraer uno por el maquillaje de su propio ego.
Ahora tengo treintiuno, y pienso: envejecer es cambiar, y el cambio es como el maquillaje. Me gusta el maquillaje porque se puede cambiar, da nuevas formas, lo vuelve a uno un actor. Mejor ser un actor en la vida, porque habrá historias que contar cuando la función acabe y el maquillaje desaparezca.