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domingo, 22 de julio de 2012







 LA TIENDA

La Tienda Roja estaba situada en la esquina de la avenida principal de Villahermosa, en el nororiente de Medellín. Todos los días, después de almuerzo, nos reuníamos los chicos de esa zona a conversar, jugar fútbol y de vez en cuando, presenciar las peleas que sucedían por múltiples razones. Llegada la noche, nos repartíamos por las diversas casas a esperar el día siguiente, otro día más, lleno del gusto que da la amistad cuando se es muchacho.

De los recuerdos imborrables está la tienda de la esquina, ese negocio que es lugar de citas y encuentros, segunda casa que se abre al contacto con los amigos, diván público donde se exponen las intimidades, se conjuran los miedos y se realiza un aprendizaje esencial, el de la vida. Punto de encuentro, confluyen en su área las dinámicas del barrio: por allí pasan los obreros y empleados a diversas horas del día, las amas de casa que compran el líchigo para el almuerzo,los estudiantes apresurados, los vagos que marcan tarjeta en la esquina. 

Sucede que por la tienda confluye el universo del barrio. Cada ser arrastra su mundo y cada persona realiza lecturas de lo que acontece a su alrededor. Mirador privilegiado que ofrece una panorámica sinigual de la existencia.

Una tienda es un centro comercial sin peaje, en el que los mejores productos los aportan los vecinos con la telaraña de historias sin fin que alimentan los relatos de todos. La tienda es el termómetro de los cambios sociales y económicos del barrio, lucecita  que nunca se apaga.



Cerca de donde vivo está El Puntalito, la tienda de la esquina que regenta Arnulfa, de quien escribí un post hace algún tiempo. Cuando su dueña viaja a Bogotá, los vecinos experimentan una sensación de vacío, una incomodidad esencial. La vida sin la tienda es incompleta. Para completar los sentidos humanos, al menos los nuestros, deben abrirse las puertas de la tienda.Allí habitan las energías secretas que aportan el picante a la existencia,  ágora generosa donde se destila  el discurso más democrático, el de la palabra que busca eco.

-Vecina, una pola- , -vecina, un helado,- y ahí comienza el relato.

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