ROCÍO
Todos los viernes, a las cinco de la tarde, toma el bus que la traslada a Guaduas. Ha sido así desde que comenzó a trabajar en Bogotá, hace ya más de veinte años. Si ha dejado de venir en este tiempo tres veces, creo que exagero. Alguna vez coincidimos en que no hay alegría más grande que ver desde lo alto, luego de pasar La Playa, el valle de Guaduas, desplegando su belleza que fascina y enamora.
Ella me dice que la visión del valle le cura los afanes de la ciudad. Y al llegar a su casa, la invade una sensación de plenitud y libertad, estado perfecto para el encuentro con sus amigos.
A Rocío le fascina bailar. Tiene la gracia y la pericia de los buenas bailadoras, el encanto de su sonrisa, la chispa que heredó de Olivo, su padre. Cuando la música enciende los ánimos, su cuerpo todo es tremor que descoloca la rutina y que recorre los senderos rítmicos del Caribe. Y los ritmos tradicionales de Colombia, que conoce muy bien, pues su padre es el decano de esta música, con su bandola y su tiple, tan bien tocados, tan amorosamente acompasados.
No conozco a nadie tan afectuoso con Guaduas, tan apasionado con su terruño como Rocío. Su pueblo es la fuente de sus alegrías, el manantial donde alivia su sed. La veo en un evento cultural vestida a la usanza de las mujeres de mediados del siglo XIX y su rostro y su cuerpo exhalan el perfume de las flores del valle.
Rocío es coqueta. Le encanta sentirse asediada por los galanes que nunca le faltan- tal su gracia que siempre es el centro de las reuniones sociales y festivas-.Ayer, mientras departíamos, me contó que está aprendiendo a bailar danza árabe.Y me describió las sutilezas de esta música, tan propias de una cultura que aportó ni más ni menos que el libro más exquisito y provocador: Las mil y una noches.
Y para completar, me dijo que tomó ¡un curso de seducción!. -Rocío- le digo, - va usted a acabar con los pobres hombres que se le acerquen, tenga compasión del género masculino-. Me mira, pícara, y me dice: -Ya me inscribí en el siguiente curso, el avanzado-.
A fuerza de sacrificios y trabajo, sostiene a sus dos hijos-Laura y Felipe- y algo de su genio y arte les ha inyectado a los dos chicos, pues aman el teatro y la música.
A ratos se medio enamora, pero ah difícil que es lidiar con ella, tan libre y festiva que ninguno de sus pretendientes aguanta el ritmo. Para ella, las torres y avenidas de la capital son obstáculos que no le permiten ver a su Guaduas del alma. ¡Qué extraño comportamiento, luego de haber vivido tanto tiempo en la capital! Aunque, corrijo, ese amor por el terruño, la tierrita, se pega de tal forma que más parece una segunda piel.
Cree Rocío que es posible hacer de Guaduas un espacio único donde la tradición y el presente vayan de la mano. Y participa en todas las actividades que contribuyan a mejorar el centro histórico, divulgar la rica historia de la patria chica de Policarpa Salavarrieta y proyectar nuestra villa al panorama exclusivo de municipios donde el ritmo de la vida está impregnada de cultura.
No conozco a nadie tan afectuoso con Guaduas, tan apasionado con su terruño como Rocío. Su pueblo es la fuente de sus alegrías, el manantial donde alivia su sed. La veo en un evento cultural vestida a la usanza de las mujeres de mediados del siglo XIX y su rostro y su cuerpo exhalan el perfume de las flores del valle.
Rocío es coqueta. Le encanta sentirse asediada por los galanes que nunca le faltan- tal su gracia que siempre es el centro de las reuniones sociales y festivas-.Ayer, mientras departíamos, me contó que está aprendiendo a bailar danza árabe.Y me describió las sutilezas de esta música, tan propias de una cultura que aportó ni más ni menos que el libro más exquisito y provocador: Las mil y una noches.
Y para completar, me dijo que tomó ¡un curso de seducción!. -Rocío- le digo, - va usted a acabar con los pobres hombres que se le acerquen, tenga compasión del género masculino-. Me mira, pícara, y me dice: -Ya me inscribí en el siguiente curso, el avanzado-.
A fuerza de sacrificios y trabajo, sostiene a sus dos hijos-Laura y Felipe- y algo de su genio y arte les ha inyectado a los dos chicos, pues aman el teatro y la música.
A ratos se medio enamora, pero ah difícil que es lidiar con ella, tan libre y festiva que ninguno de sus pretendientes aguanta el ritmo. Para ella, las torres y avenidas de la capital son obstáculos que no le permiten ver a su Guaduas del alma. ¡Qué extraño comportamiento, luego de haber vivido tanto tiempo en la capital! Aunque, corrijo, ese amor por el terruño, la tierrita, se pega de tal forma que más parece una segunda piel.
Cree Rocío que es posible hacer de Guaduas un espacio único donde la tradición y el presente vayan de la mano. Y participa en todas las actividades que contribuyan a mejorar el centro histórico, divulgar la rica historia de la patria chica de Policarpa Salavarrieta y proyectar nuestra villa al panorama exclusivo de municipios donde el ritmo de la vida está impregnada de cultura.
Creo, sin exagerar, que una de las fórmulas felices para vivir bien consiste en amar con intensidad, como lo hace la flaca(así le dicen). Guaduas amor, remedio infalible contra la tristeza.
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