Una boda posee el encanto de un cuento de hadas, con princesa y corte incluidas, el traje vaporoso de la novia, el ramo, el arroz como señal de abundancia, la torta, el baile inicial, los regalos, las palabras. Un ritual. Igual con el bautismo, el grado, el cumpleaños. Igual con la navidad, la feria, el natalicio. No nos explicamos sin los rituales.
Julio César Londoño escribió en El Espectador:
El papa Francisco murió dos veces. La muerte clínica ocurrió a las 7:35 a.m. del lunes de Pascua a causa de un derrame. La muerte teológica tuvo lugar minutos después, cuando el camarlengo entró a la habitación del papa en la Casa Santa Marta, se acercó al lecho, golpeó tres veces la frente del papa con un martillo de plata y marfil y lo llamó por su nombre de pila –«Jorge Mario… Jorge Mario… Jorge Mario»–. Esperó un momento y le susurró: «Vuelves al polvo». Solo entonces el papa estuvo oficialmente muerto y el joyero del Vaticano rompió su anillo-sello.
Los rituales representan la fórmula exitosa para sobrevivir como especie. Ellos son una mezcla de secreto y fascinación que fortalece el espíritu de grupo. Un ritual trasciende la ordinario, lo común. Posee una dosis justa de enigma y otorga confianza y esperanza. Al realizar los rituales atravesamos la frontera de lo evidente y nos adentramos en el misterio.
El ritual forma parte del enmarañado universo de los símbolos, sin los cuales no es posible explicar al ser humano:
Uno puede cuestionar el dogma, dudar de la rectitud de la Iglesia y hasta de la bondad de Dios, pero sus rituales son fascinantes. La semiótica del blanco, del morado, del rojo y del negro, los anillos de piedras rutilantes, tan grandes como los pecados que expían, los cordones de oro, los crucifijos bizantinos que rematan báculos sarmentosos de plata, símbolos esotéricos bordados en fajas y estolas, un boato fashion, una gravedad sacra, cantos gregorianos y fugas de Bach, milenios de sangre, misterio y poder, la arquitectura cifrada de las catedrales, las gárgolas al borde del cielo, las enormes cúpulas apoyadas sobre sí mismas –como la fe–, los sahumerios y las plegarias ascendiendo por las cascadas de luz de los vitrales, la casi tangible presencia de la divinidad. EL EVANGELIO DE FRANCISCO, JULIO CÉSAR LONDOÑO, EE
Los rituales paganos poseen características similares a los religiosos. Los desfiles conmemorativos, las marchas militares, los mítines, los encuentros deportivos adquieren resonancia si van acompañados de un cuerpo de episodios, objetos, silencios y palabras que los convierten en actos imprescindibles. La teatralidad acompaña siempre el ritual y su ejecución ceremonial constituye la ratificación de una tradición que otorga sentido a la vida de una comunidad, de un grupo.
No podemos existir como especie sin las fórmulas que brindan cohesión y sentido a lo que hacemos.