Qué vívida se me aparece hoy la imagen de un hombre dueño de una pequeña finca, dos hectáreas, sin familia y a quien solía ver cuando caminaba de muchacho por caminos rurales de mi pueblo. Sentado frente a su casa construida en bahareque y teja de zinc, la mirada puesta en el camino y la radio a su lado, me hacía un gesto con su mano cuando lo saludaba. ¿Qué pensamientos acompañaban a ese ser solitario en el transcurso de los días? ¿habría aprendido a domeñar la ansiedad presente en el destino humano? ¿Qué pensaría de la muerte, cómo soportaba las enfermedades? Nunca intenté hablar con él, y siempre me acompañó su figura inseparable del paisaje del lugar.
Rememoro este hecho a medida que leo un artículo en El País:
-Mi amigo Gonzalo se había quedado sin existencias en el mesón y me había mandado al Híper Usera a hacerme con seis pistolas. Era ya tarde, solo quedaban dos barras, y otra más pequeña. Dos y media. En la cola del súper me precedían una señora latinoamericana y su hijo, que iba disfrazado de algo espantoso con ocasión de Halloween. La mujer estaba dejando los yogures en la cinta de la caja sin prestar demasiada atención al niño, que, con las manos cargadas de dulces y un gesto muy serio, le explicaba a su madre: “Mamá, tengo ganas de que lleguen ya la Navidad y los Reyes”(Entretiempo, Aurora Nacarino).
Y anota:
Hay revelaciones que una no espera que la golpeen mientras hace la compra. Así que me volví y lo miré con una sonrisa, más bien una risa, que censuró mi mascarilla. Era viernes por la noche, comenzaba un puente que sería chorreante, pero surtido de chocolates y chucherías. Sin embargo, aquel chico ya aguardaba con impaciencia la próxima fiesta. Y ese apetito por el mañana, cuando todavía no se han consumido las golosinas de hoy, condensa el espíritu de una época. De la nuestra.
Lejanos los tiempos de ritmos pausados, de calma permanente. Aquel hombre silencioso parece salido de una historia primitiva, ajeno a las dinámicas actuales, en las que la velocidad, la prisa, el afán son la medida de nuestra existencia. Vivimos, nos dice el filósofo corenao Biung Chul Han en el mundo de las no cosas. Hoy la información ha suplantado a los objetos que dotaban de sentido nuestra manera de apropiarnos de la realidad. Los gadgets contemporáneos constituyen el vehículo para navegar en la virtualidad y replantear las relaciones personales de los individuos. La existencia se asume como un vivir el entretiempo, nos dice Nacarino:
El otoño es apenas la antesala de una Navidad que, llegando antes cada año, nos parece que siempre se retrasa demasiado. Así, los pequeños la convocan llegando Halloween, como aquel del Híper Usera; y los adultos aun más temprano, bien pertrechados de Lotería del Niño recién despedido septiembre. Hace un mes que papá me urge a que compremos decoración navideña y, en su eterno retorno, Twitter discute de nuevo si es o no pronto para que las grandes ciudades hayan colgado las luces. También yo me confieso: hace dos fines de semana que desayuno panettone(Aurora Nacarino, El País).
Un ejercicio de resistencia consiste en palpar, sentir y gozar- y sufrir- el ahora. En desprendernos de la ansiedad que nos causa lo que viene. Tarea por demás difícil, que exige desprenderse de condicionamientos adquiridos por medio de aparatos cuya función es, ni mas ni menos, que separarnos de la realidad y arrojarnos al foso de mundos virtuales determinados por el consumo.
Caminar a ritmo lento, conversar, meditar, apagar el celular.